Columna de Gonzalo Cordero: Sobre banderas y símbolos
El domingo pasado se realizó la ceremonia del Juramento a la Bandera, símbolo que ha ido perdiendo el valor universal que tenía entre nosotros. En el período de la Convención Constitucional, en el contexto del llamado “octubrismo”, se difundieron videos en que se le utilizaba como trapo de limpieza; pero, más allá de esos excesos de mal gusto, se ha generalizado el uso de otras banderas que se suelen enarbolar junto al emblema nacional, incluso en edificios públicos, como algunos municipios.
La que pretende identificar al pueblo mapuche, de relativamente reciente creación, la que simboliza las diversidades sexuales o, incluso, las representativas de algunas regiones del país, se enarbolan con frecuencia. En los hechos, tenemos diversas banderas y su uso se ha convertido en un discurso político que sintoniza con otras expresiones en el mismo sentido: el concepto de plurinacionalidad, el de los “territorios”, el de las cuotas y, por cierto, el de los escaños reservados.
El uso y el respeto de símbolos como la bandera, representan la fidelidad a un proyecto común del que todos somos parte, en el que nos reconocemos como iguales en dignidad y derechos y en el que asumimos los deberes que trae aparejada la ciudadanía. Bajo esos símbolos, que encarnan la unidad en lo esencial, se despliega la enorme riqueza de la diversidad, porque la bandera, la Constitución, la unidad de jurisdicción, entre otros valores y principios, conforman la base fundante de esa maravilla de la civilización que es la posibilidad de que los distintos puedan vivir en paz y unidad.
El identitarismo, que engloba eso que Fukuyama ha llamado “las políticas de resentimiento”, apunta a destruir el corazón de esta concepción, porque fragmenta la sociedad en una multiplicidad de grupos que reivindican no solo una identidad propia, sino la condición de víctimas de una sociedad opresora, que ha usado su poder y sus símbolos para ejercer sobre ellos formas atávicas de violencia, consustanciales al “patriarcado capitalista”.
Por eso, esa ideología llama a que cada una de esas banderas no se use como expresión de la diversidad en la unidad, sino como un desafío a ese orden opresor e injusto a cuyos símbolos no se les reconoce superioridad, ni tan siquiera legitimidad. ¿Significa eso que todo el que use la bandera o los colores de la diversidad sexual, por ejemplo, quiere menoscabar nuestros símbolos patrios? Desde luego que no. Muchos lo hacen de buena fe, como una manera de expresar apertura y reconocimiento, queriendo colaborar a que vivamos en una sociedad más justa y armónica.
Pero tras estos símbolos hay un proyecto político disociador, con una agenda que busca influir culturalmente en la sociedad de una manera incompatible con las bases de aquello que constituye la democracia. Nunca el Estado y sus instituciones debieran rebajar nuestros símbolos al nivel de los que representan particularidades, porque eso es el Estado, el poder organizado para asegurar la supremacía de lo general.
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