Columna de Gonzalo Cordero: Trilogía del fracaso

HISTORIAS
Dragomir Yankovic/Aton Chile


Por alguna razón que ignoro, probablemente evolutiva, el número tres tiene propiedades especiales sobre la mente humana, a él se asocian multiplicidad de símbolos: en la teología católica Dios es uno y tres, tres los colores primarios y tres las bolitas que marcaron tradicionalmente la evaluación de los exámenes de los estudiantes de derecho.

A estas alturas, el proyecto de la nueva izquierda, identitaria, estatista y refractaria al desarrollo, encarnada en el actual gobierno, ya tiene su propia trilogía del fracaso. Los tres casos que muestran la inconsistencia de su discurso, lo vano de su promesa y el fraude para quienes han creído en él.

El caso de las fundaciones, mostró que la superioridad moral era una pretensión absurda, emergida de la soberbia, la inmadurez y el dogmatismo de quienes la sostuvieron. Mortales como todos, un grupo se vio tentado de usar el poder en su beneficio y el dinero tuvo para ellos una atracción irresistible. Al parecer, a los “cabres” les gustaba la “platita” igual que a todos no más.

El trabajador que murió en La Moneda de un ataque luego de una jornada de 18 horas de trabajo y la reacción posterior de las principales autoridades, constituida por una mezcla de desidia, intento de elusión de las responsabilidades y falta de consideración con la familia de la persona fallecida, demuestra que otra cosa es con guitarra. Que los discursos contra los abusos de los empresarios y la defensa de los derechos de los trabajadores, parece que no se ven igual cuando se tiene la responsabilidad de administrar una organización compleja.

El tercer caso en la lista es obvio y también dramático: la acusación y reciente formalización por el delito de violación que pesa sobre el ex subsecretario del Interior. La manera en que el gobierno lo ha enfrentado, desde sus más altas autoridades, es un compendio de las inconsecuencias, imposturas y vacuidad de los elementos diferenciadores de su propuesta política.

A un año de la próxima elección presidencial y parlamentaria, ojalá nadie saque en la oposición la conclusión equivocada, pensar que “a nosotros” nada de esto nos puede pasar, porque somos diferentes. No se trata de reemplazar unas personas por otras que lo pueden hacer mejor, sino de volver a gobernar precisamente sabiendo que, como los seres humanos somos como somos, la sociedad debe organizarse de una manera que maximice las virtudes y minimice la expresión de las miserias.

Cada uno de estos casos demuestra por qué hace tiempo el país viene siendo conducido en la dirección equivocada, aumentando el tamaño del Estado, incrementando el poder de las burocracias, promoviendo la sobrerregulación del emprendimiento privado, victimizando y romantizando la delincuencia, creyendo que repartir es mejor que crear, que sospechar del éxito es mejor que alentarlo, que ser inquisitivo con el policía y garantista con el delincuente nos haría una sociedad más justa.

La izquierda ya escribió la trilogía del fracaso, ojalá haya una oposición capaz de escribir la del progreso.