Columna de Gonzalo Cordero: Una parte de mí
La respuesta del Presidente Boric a la pregunta del periodista de HardTalk rebotó fuerte en nuestro país: “una parte de mí” quiere derrocar el capitalismo en Chile. Esta imagen fragmentada de la propia personalidad es esencial a la modernidad, época en que el ser humano se mira a sí mismo. Velásquez, por ejemplo, pinta “Las meninas”, obra en que el tema del cuadro es la propia pintura y su autor, desdoblado, se observa a sí mismo desde una esquina del lienzo.
Freud, por su parte, después se internará en los intersticios de la mente, abriendo la puerta a una complejidad que la literatura recogerá intensamente. Cuando leí esta referencia del Presidente a lo que quiere “una parte” de él recordé “El vizconde demediado”, fábula de Ítalo Calvino que narra la historia de Medardo, vizconde de Terralba, a quien un proyectil de cañón lo divide en dos mitades, mágicamente ambas sobreviven, con la peculiaridad que en una de ellas se concentra todo lo bueno que hay en él y en la otra toda la maldad.
En el fondo, el Presidente nos dice que una parte suya se rebela contra las injusticias del capitalismo. Cuántas veces hemos escuchado, de distintos políticos, frases que apuntan en un sentido que, en realidad, es más moralizante que político. El ejercicio del poder requiere de pragmatismo, pero ese pragmatismo, nos recuerda Gabriel Boric, no ha logrado asfixiar sus ideales que siguen, en su parte “buena”, empeñados en cambiar las cosas, terminando con el capitalismo salvaje en que las personas se oprimen y abusan unas a otras.
Ahí está mi diferencia de fondo con el Presidente Boric, no en que él no vea las ventajas del capitalismo sobre las alternativas o en que no reconozca sus logros. Todos queremos una sociedad mejor; pero, en algún grado, la izquierda no quiere conseguirlo a través de un mejor orden social, sino obligándonos a ser mejores. Una parte del Presidente, se infiere, quiere usar el poder para que seamos mejores, por eso le molesta una forma de organización económica basada en la libertad; por eso, en el fondo, también hay muchos aspectos de la democracia que seguramente no le hacen sentido, tanto que creó una comisión para juzgar lo que es o no desinformación y cómo se debe regular lo que se puede o no decir.
Vuelvo a la fábula de Calvino, la parte “buena” de Medardo “no se había propuesto sólo curar los cuerpos de los leprosos, sino sus almas. Y siempre estaba entre ellos moralizando, metiendo la nariz entre sus asuntos, escandalizándose y soltándoles sermones. Los leprosos no lo podían aguantar. De las dos mitades es peor la buena que la mala, se empezaba a decir”.
Ni el capitalismo, ni la democracia, por cierto, son sistemas ideales, porque ambos se basan en la libertad de seres humanos imperfectos, en cuyo interior conviven las miserias y la grandeza, pero todas las alternativas han demostrado ser mucho peores y casi todas han surgido de gobernantes que quieren dirigirnos la vida a partir de lo que siente o cree una parte de ellos: “la buena”.
Por Gonzalo Cordero, abogado