Columna de Gonzalo García: Nueva Constitución: que el miedo no mande
Hay miedos indescriptibles, como los que describió el poeta Rainer María Rilke: “(…) el miedo de que empiece a crecer cierto número en mi cabeza hasta que ya no tenga sitio en mí; el miedo que me pueda traicionar y decir todo aquello de que tengo miedo, y el miedo de que no pueda decir nada, porque es todo inestable, y los otros miedos… Los miedos”.
Miedo al número, a mi traición, al silencio y a todo lo demás. Si lo traslado al actual desacuerdo político es miedo a definir el número de integrantes de la nueva constituyente y a optar por un sistema electoral. El miedo traicionero de no querer ir a una elección porque presiento o ausculto determinados resultados. El miedo al silencio de fracasar en medio del mundial, de las fiestas de fin de año o de las otras leyes más importantes (presupuestos o lo previsional). El gran miedo de no haber estado a la altura y no haber construido un orden estable.
La original Constitución del 80 es hija de varios miedos: del marxismo, de la lucha de clases, de los partidos políticos, de la política, de los sindicatos politizados, de los conflictos laborales, del Congreso y sus mayorías circunstanciales, entre tantas descripciones del artefacto institucional de la época. Este gran miedo a los electores se transformó en un motivo para diseñar una red de contención a la política democrática, para tener una “democracia protegida y tecnificada”.
Las reformas constitucionales consistieron en espantar esos miedos y dar cauce a la voluntad democrática. En democracia no hay más verdad que los resultados electorales y huir de ellos es un contrasentido.
El Congreso administrando el peligro del resultado del 4S nos lleva a recordar otras palabras de la misma raíz per: experimento, empírico, pericia y pirata, porque el peligro era ir hacia adelante y penetrar en algún sitio, armando un experimento constitucional. Por eso, ahora quiere actuar sobreseguro para precaver todo peligro.
La pericia debe estar al servicio de un orden legítimo que se quiere construir. Nunca habíamos estado tan cerca y tan lejos de contar con una Constitución hecha bajo mecanismos compatibles con una democracia del siglo XXI. La Constitución debe inspirar respeto, no miedo; debe saber evolucionar y no ser un dique al cambio. Debe mirar el largo plazo y no ser rehén de un resultado electoral.
La Constitución debe ser hija de la confianza. Para ello hay que tener fe en que lo acordado es muy diferente al proceso anterior. Lo central es que se sabe la orientación del texto. Los doce puntos conceptuales permiten arribar a un Estado social y democrático de derecho. Aún así, todo está entrampado en no sé dónde, no sé por quién. ¿Interesará eso a fin de año? Necesitamos una Constitución, no una nueva generación de políticos. Para eso vendrán otras elecciones. Si el miedo es la sustitución y el liderazgo, es mejor pensar en las inhabilidades de los candidatos que en eludir elecciones que den legitimidad a una Constitución de largo tiempo.
Por Gonzalo García, codirector del Núcleo Constitucional, U. Alberto Hurtado
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