Columna de Gonzalo Muñoz y Daniel Vercelli: Lo que nos dejó el frente de (¿mal o buen?) tiempo
En días anteriores, una buena parte de la zona centro y centro sur de Chile estuvo bajo los efectos de un frente de “mal” tiempo, según suele referirse al clima esperable para el invierno. A su vez, muchos medios han hablado de “emergencia climática” en grandes caracteres durante programas casi rotativos de televisión.
Partamos por cuestionar ambos conceptos. Por un lado, que estemos recibiendo lluvias en cantidades significativas durante el invierno no es necesariamente “mal tiempo”. Desde un punto de vista solamente meteorológico, podríamos decir que es hasta positivo, dados los años de extensa sequía de nuestro país. Por otro lado, eventos de este tipo, con intensidades pronunciadas en cortos periodos, efectivamente pueden generar una emergencia del tipo meteorológico, social y hasta productivo, pero preferimos reservar el concepto de “emergencia climática” para referirnos al fenómeno global que está afectando al planeta a nivel global producto de la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
Hechas esas precisiones, por supuesto que hay malas noticias que se relacionan con que un evento de estas características revista un cariz de emergencia.
La primera constatación que podemos hacer es que la anomalía de “El Niño” está ocurriendo en un contexto de clima alterado globalmente. Al mismo tiempo que en el hemisferio sur estamos sufriendo estos eventos, en el hemisferio norte, Madrid recibe una granizada inusual para su latitud y estación del año, mientras que en los Emiratos Árabes y en el norte de México las temperaturas en los últimos días han superado los 45° e incluso rozaron los 48°, con más de 75% de humedad. En Chile, el caudal de agua caída vino acompañado de temperaturas relativamente altas, con isotermas cero bordeando los 3.000 metros de altura, sin las heladas post frontales usuales en estos episodios. Mientras damos la bienvenida a la lluvia, las temperaturas no son para celebrar, como tampoco lo es el daño que esta combinación provocó en múltiples zonas de nuestro país.
Episodios como este no son solamente una constatación de fenómenos climáticos y meteorológicos, sino un llamado de atención a algo que nos debiera ocupar mucho más de lo que nos preocupa a algunos: la necesidad como sociedad de invertir en capacidades de adaptación y resiliencia frente a las alteraciones climáticas. Así como necesitamos construir esas capacidades para períodos de sequía, debemos hacerlo también para los períodos y territorios que podrían llegar a recibir mucha agua en poco tiempo. Y esto no se trata de medidas necesarias en abstracto, sino de anticipar efectos muy concretos a nivel social, ambiental y productivo.
Pensemos en primer lugar en los albergados y damnificados y en cómo hoy son más pobres de lo que eran antes de este episodio, y además reflexionemos en los impactos sobre cadenas de abastecimiento de algunas vías clausuradas o con puentes cortados, en los costos de limpieza, despeje y reconstrucción en zonas afectadas, en los costos privados de reparación que deberán enfrentar las familias, la pérdida de biodiversidad, y un largo etcétera.
Con las necesarias acciones de preparación, adaptación y dotación de resiliencia se intersecta otro fenómeno que es al mismo tiempo ambiental y social: la contaminación con desechos de todo tipo que se verifica no solo en los cientos de vertederos clandestinos, sino también en los cauces de ríos, usados como verdaderos basureros para todo tipo de materiales. La situación vivida, por ejemplo, en el río Mapocho, es un ejemplo concreto de cómo una crisis ambiental convive y refuerza negativamente los efectos de otra, constituyéndose en testigo de la necesidad no solo de regulación y fiscalización por parte del sector público (que quizás debiera incluir castigos mayores al tratamiento ilegal de residuos), sino también de educación, toma de conciencia y un cambio de hábitos a nivel personal. Los ciudadanos podemos echarle la culpa de muchas cosas al estado, a las empresas o al mundo político, pero debemos hacernos cargo responsablemente de nuestros propios actos y decisiones individuales, más aún cuando resolver la multiplicidad de crisis ambientales que estamos atravesando depende de acciones en todos los niveles de la sociedad.
Calificar si este episodio fue de buen o mal tiempo (metafóricamente hablando) dependerá de si somos capaces como sociedad de avanzar en la necesidad urgente de dotarnos de capacidades de resiliencia y adaptación a la emergencia climática global con todas sus sinérgicas manifestaciones. Solo así podremos garantizar condiciones de vida aceptables para nuestra sociedad y las especies con las que convivimos, al mismo tiempo que evitamos costos sociales y disrupciones en nuestra actividad económica, entendiendo no solo los efectos de cada crisis por separado (en este caso la crisis climática y la de contaminación) sino también de cómo una refuerza a la otra. En las decisiones de inversión, la regulación y los cambios de hábitos serán las claves.
Por Gonzalo Muñoz Abogabir y Daniel Vercelli Baladrón, cofundadores de Manuia y directores de Chapter Zero Chile