Columna de Guillermo Larraín: Solidaridad intergeneracional
Una de las cosas que distingue la calidad institucional de un país es su capacidad de proteger a sus ciudadanos. En el incendio en Viña a nadie se le pasó por la cabeza que el Estado no acudiera en ayuda de las personas afectadas. Un shock del cual una persona es víctima justifica que la comunidad use recursos públicos para prestar auxilio.
La pregunta es si debe existir solidaridad intergeneracional en pensiones. ¿Hay shocks que, como el incendio de Viña, afecten a una generación y cuyo costo sea razonable distribuir en el tiempo afectando a otras generaciones? Esto es distinto de plantear un sistema de reparto, porque en ellos la relación intergeneracional es la forma de financiar las pensiones. Era una forma conveniente cuando las cohortes jóvenes eran más grandes que las viejas. Eso no es posible hoy.
Pero, ¿tiene sentido hoy un mecanismo de solidaridad intergeneracional? Sí, porque hay shocks que afectan a generaciones. El caso más claro y urgente es la generacion que sufrió las recesiones de 1974-75 y luego 1982-83. En ellas las tasas de desempleo e informalidad fueron colosales. Ese desempleo era involuntario pues obedecía a shocks agregados: desinflación primero, después apertura comercial, crisis financiera y macroeconómica. Si fijamos como referencia una tasa de desempleo superior al 10% entre 1974 y 1989 todos los años salvo uno, la tuvieron de esa magnitud. El subempleo en todo caso fue siempre de dos dígitos. Esos trabajadores tuvieron bonos de reconocimiento menores que los que habrían tenido en condiciones normales y/o no cotizaron como correspondía en la primera década de la reforma de pensiones y no pudieron aprovechar las altas rentabilidades los primeros años.
¿Por qué sería justo que esa generación pague con bajas pensiones hoy algo de lo cual no fueron responsables: ser jóvenes en el mal momento? Esta es la razón por la cual es necesario dotarse de mecanismos de solidaridad intergeneracional. Las generaciones posteriores no vivieron esa situación siendo jóvenes, quizá con la excepción de la crisis asiática. Entre 1999 y 2005 el desempleo superó el 10%. Los shocks macro de gran magnitud son similares a un incendio. ¿Por qué el Estado no se dota de un sistema que distribuya el costo en el tiempo?
La PGU juega un poco ese rol. Dado que el Fisco tiene hoy un déficit de 2,4% que es financiado con deuda, una parte de la PGU es financiada intergeneracionalmente. Así, un mecanismo de solidaridad intergeneracional financiado con cotizaciones tiene sentido. Un sistema de reparto es una forma de hacerlo, pero dista de ser la única. Por ejemplo, que parte de la cotización sirva para financiar un “suple” de renta vitalicia para las cohortes que ingresaron al mercado del trabajo entre 1974 y 1988. Eso va directo al grano. El aporte de 0,1 UF por año cotizado también cumple esa función. Quizá se puede dar más a ciertas generaciones y menos a otras justamente para reconocer que a algunas les tocó sufrir crisis y a otras no.
Por Guillermo Larraín, académico FEN, Universidad de Chile
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