Columna de Héctor Soto: bajo el indiferente azul del cielo
Fiel al libro hasta el masoquismo, la cinta El olvido que seremos (Netflix) antepone el afecto y la admiración a cualquier otra mirada sobre el personaje.
El olvido que seremos fue uno de los grandes libros colombianos de los últimos años y ahora es la película iberoamericana que más premios ha cosechado. El libro lo escribió Hector Abad Faciolince y es un testimonio rotundo de cariño a su padre, Héctor Abad Gómez, asesinado por paramilitares en los años en que Medellín se estaba hundiendo en la violencia. La película (Netflix) la dirige el español Fernando Trueba, sobre un guion adaptado por su hermano David. El director retoma el pulso de su carrera luego de varios años de extravío, que incluyeron desastres como El baile de la victoria o La reina de España. En otro tiempo, Trueba tuvo mejor suerte con trabajos como Belle Epoque (Oscar 1993 a la mejor película extranjera), La niña de tus ojos o el documental Calle 54, sobre el jazz latino.
Fiel al libro hasta el masoquismo, la cinta antepone el afecto y la admiración a cualquier otra mirada sobre el personaje. Abad Gómez fue un padre abnegado, cariñoso y omnipresente, un médico que hizo de la salubridad pública su gran apostolado, un profesor apasionado y autónomo y un dirigente social de crecientes compromisos con los derechos humanos y la acción política. También fue una víctima de la barbarie que desgarró a Colombia durante décadas.
La gran limitación de la cinta es tomarse muy literalmente estas dimensiones. A veces sobran las palabras para probar lo que vemos y sobra lo que vemos para dar por ciertas las palabras. Faltan silencios. Silencios para entender lo que movía al personaje, que no fue desde luego un ser perfecto. El propio testimonio del hijo deja ver que su padre era bueno para iniciar campañas, organizaciones o iniciativas y malo para continuarlas. Que se prodigó en causas que muchas veces lo restaron de la familia. Que se engatusó incluso con Corea del Norte. Que seguramente llevó una doble vida, como la película también lo sugiere.
¿Es tan grave la insistencia de la cinta en sus verdades de cajón? Quizás no porque, después de todo, la cinta progresa y emociona. Pero también apesta a relato convencional y algo ñoño. El cine exige hoy códigos más sutiles que la decisión de mostrar en colores el pasado feliz de la familia y, en el blanco y negro, en cambio, el presente sombrío e incierto de la tragedia que se viene. A lo mejor, la película habría llegado más lejos con solo bajarle el volumen. Pero aun así hay que reconocerle oficio a la realización de Trueba, mérito a la actuación de Javier Cámara y profesionalismo a la producción.
Cuando murió el doctor llevaba en su bolsillo un fiero poema de Borges que define la condición humana como insumo de polvo y olvido. “Si el cielo -escribe Héctor Abab, explicando ese soneto- es indiferente a todas nuestras alegrías y desgracias, si al universo le tiene sin cuidado que existan hombres o no, volver a integrarnos a la nada de la que venimos es, sí, la peor desgracia, pero al mismo tiempo, el mayor alivio y el único descanso, pues ya no sufriremos con la tragedia, que es la conciencia del dolor y la muerte de las personas que amamos”.
Por años se creyó que el poema era apócrifo. Pero Abad Faciolince hizo una interminable investigación, casi policial, para indagar su procedencia, ya que no figuraba en Obra Poética del autor. Terminó probando que era uno de los cinco poemas postreros de Borges que no alcanzaron a entrar en las obras completas. Y que es un soneto con el sello inconfundible de su genio.
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