Columna de Héctor Soto: Cumbres, abismos
Aprendan. Jurado # 2 es Eastwood químicamente puro y en estado de gracia, puesto que esta es y será una de sus mejores películas. Pequeña, justa, convincente, para nada altisonante. Junta con asombrosa facilidad esas dos hebras que se trenzan en sus mejores películas: la hebra de la vida privada y la hebra de dimensión cívica, que interpela a los fundamentos del proyecto de los Estados Unidos como nación. Es lo que hicieron los clásicos como John Ford y es lo que sigue haciendo él obstinadamente a los 94 años. La trama plantea un dilema moral sobre otro. Hay una joven pareja de recién casados, felices, y que esperan el nacimiento de un niño. Hay un desdichado episodio policial en la localidad. Hay una desafortunada convocatoria al marido para que concurra como jurado al juicio generado por el incidente. Hay una historia que a él comienza a cerrarle en función de una experiencia que vivió. Hay una fiscal en principio ambiciosa y que quiere reelegirse y que podría usar el caso como bandera electoral. Hay una brutal crisis de conciencia. Hay un inocente que va a la cárcel. Y cuando todo pareciera estar zanjado, emerge el gran artista que es Eastwood para poner el asunto en perspectiva y devolver al cine lo mejor que tiene de sí. Capacidad de asombro y ruptura, capacidad de emplazamiento y misericordia, capacidad de justicia y convicción. De eso, no de otra cosa, es que se hacen obras maestras.
L’amour fou. La nueva novela de Arturo Fontaine, Y entonces Teresa (Catalonia, 2024), rescata el destino trágico de la escritora Teresa Wilms Montt a partir, primero, de una rigurosa investigación de varios aspectos de su vida y, segundo, de una elaboración dramática y también poética de la exultante, rupturista, imposible, intensa y trágica relación que la unió a un primo de su marido, el agricultor Vicente Balmaceda, mientras ella estaba casada y era madre de dos niñitas. Más que una explicación de lo que fue esa historia de amor, el de esta novela es un relato sentido, intimista y triste del porqué en este caso el amor bordeó tanto la mística de la pasión como los infiernos del sufrimiento. La novela tiene dos grandes fugas, por decirlo así, que entregan datos de contexto. Una es a la escena política de Iquique, ciudad a la cual la protagonista y su marido se trasladaron luego de casarse, en momentos en que estaba teniendo lugar la campaña senatorial de Arturo Alessandri, cuando estaba emergiendo el “León”, lo cual recuerda que no por nada Fontaine es un agudo analista político. La otra es al Chile arcaico, cordillerano y rural, que estaba en los genes del amante y, también, en alguna medida, en los del propio autor, como lo saben quienes leyeron su novela Cuando éramos inmortales. En todo el resto, Fontaine recupera lo que fue la élite de entonces, básicamente a través de las figuras de Edwards Bello, el marqués de Cuevas y Vicente Huidobro, y le cede la palabra a la fatalidad para seguir, estación por estación, alcohol y láudano mediante, el itinerario lento e inexorable de un drama sin vuelta y doblemente cruel, porque si bien la pasión nunca se apagó, las ilusiones que la rodearon se hicieron pedazos y terminaron ensañándose tanto con ella como con él. Un relato conmovedor.
Ridiculez. Puede ser una exageración plantearlo así, pero a lo que más se parece el último largometraje de Almodóvar es a un mamarracho. Todo parte de una desafortunada novela de Sigrid Núnez, cuya trama se basa en la vieja pregunta de para qué hacerlo fácil si podemos hacerlo difícil. Hay una mujer enferma de cáncer terminal que quiere quitarse la vida. Compra una pastilla letal por internet. Lo lógico sería que se la tomara y ahí acabara todo, al margen de lo que usted o yo podamos pensar. Pero no, quiere quitarse la vida con una amiga suya en la habitación del lado, y no solo eso, sino que quiere hacerlo sin fecha predeterminada y en una casa de campo cara y fabulosa. Almodóvar se toma en serio estas truculencias y encarga a Tilda Swinton y Julianne Moore colocarse las respectivas máscaras fúnebres en lo que deben ser dos de las peores actuaciones de la década. Nada es creíble. Todo apesta a trascendencia barata. Todo es falsamente patético. El Almodóvar provocador, punzante, sarcástico y visualmente chirriante de sus primeros tiempos desapareció completamente. Eso ya estaba claro en ese corto infame que hizo con la propia Swinton (La voz humana), en ese miniwestern anodino que filmó con Ethan Hawke y Pedro Pascal y en esa autoglorificación insufrible y narcisista que fue Dolor y gloria. Sé que la hinchada almodovariana piensa distinto. Pero no me la compro.
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