Columna de Héctor Soto: De aquí y de allá
FUERA DE MOLDE. Carabinero, bibliógrafo, novelista, dramaturgo, editor y librero, Luis Rivano, más conocido en la jungla literaria como el Paco Rivano, fue un personaje francamente novelesco. Hijo de una familia de 13 hermanos muy golpeada por la pobreza, pero de alguna manera iluminada por la simpatía, la picaresca y las aptitudes artísticas del padre, Luis nunca conoció a su madre, se crio como niño adoptado en la casa de un tío y, tras haber conocido la orfandad por segunda vez, a los 15 años tuvo que retirarse de la escuela para empezar a trabajar en lo que fuera con tal de poder comer, hasta ser cobijado primero por el servicio militar y el seguida por la policía uniformada, donde permaneció sin mayores reconocimiento como carabinero raso por más de una década. Cuando lo dieron de baja el año 65, ya había publicado su novela Esto no es el paraíso que le abrió las puertas de la literatura, que por lo demás ya estaba golpeando en calidad de lector y de comprador compulsivo de libros. Es apasionante la biografía de este escritor que no le debe un céntimo a los cenáculos literarios, tampoco a la academia y quizás ni siquiera al sistema educacional. Y es fascinante la forma y la cantidad de datos con que la narra Juan Andrés Piña en Luis Rivano, La memoria de los olvidados, biografía recientemente publicada por Ediciones UDP. El autor, que conoció bien a Rivano, es a estas alturas derechamente una autoridad en esa franja de nuestra literatura conectada con la miseria, con el realismo sucio y con lo pudiera ser una escritura plebeya, proletaria o silvestre, que es el caso de la obra de Armando Méndez Carrasco, Alfredo Gómez Morel, Luis Cornejo o del propio Rivano. La edición incluye un índice onomástico que se agradece mucho. Este valioso trabajo no solo es un retrato admirable de un escritor literalmente fuera de todo molde. Es también un viaje muy revelador al país que fuimos hasta hace no tanto tiempo.
SORPRESA. El vacío no parece una película chilena. Podría ser europea y este rasgo, lejos de descalificarla, tal vez sea una de sus dimensiones de mayor interés. Cosa rara en nuestro cine, se trata de una historia de amor. Y se trata también de una cinta bien literaria en su estructura, no porque esté basada en alguna novela, sino porque su eje narrativo discurre casi siempre desde un relato en off que va hilvanando, a veces con palabras demasiado altisonantes, la cotidianeidad de los personajes. Este motor narrativo podrá ser discutible, pero lo importante es que en el último tercio de la proyección la trama se arma con efectividad, al menos para una audiencia madura y consciente de que esta no es una cinta de puños y tiros ni tampoco de realidades paralelas o de ciencia ficción. Los protagonistas son un director de cine divorciado (muy bien Francisco Reyes) y que vive con un hijo en un departamento espléndido que no le pertenece, y una joven y hermosa viuda (muy bien Javiera Díaz de Valdés) que no parece muy segura de sus afectos ni muy cómoda con su vida al lado del cineasta, entre otras cosas porque además es madre de una chiquilla insoportable. No obstante haber sido concebida y filmada en tiempo récord en plena pandemia, la cinta tiene tres atributos que son poco frecuentes en el cine chileno: serenidad, madurez y buen pulso cinematográfico. Lo primero se reconoce en la duración de los planos y en el coraje de gastar bastante tiempo antes que la historia pueda articularse. La madurez es el tributo que rinde el director Gustavo Graef-Marino (Johnny cien pesos, 1993) a su edad, a su rarísima trayectoria en la industria, a sus fantasmas personales y tal vez también a su biografía sentimental, porque varias veces se hace evidente que las imágenes tienen mucho de confesional. El pulso, en fin, es el atributo que conecta la cinta con el oficio, la libertad expresiva y la inspiración. No solo es una película singular; sin aspavientos ni gran presupuesto, es bastante más de lo que nuestro cine suele entregar.
COLOSAL. Fue un trabajo de dimensiones monumentales. Arriba de 1.200 páginas que cubren seis siglos de historia cultural de Occidente, donde la sociedad, la política y la economía se cruzan con la religión y el arte. La reimpresión de Del amanecer a la decadencia por parte de Taurus es un acontenimiento porque, más que un libro de historia cultural, este es un monumento. Obra de Jacques Barzun, filósofo e historiador francés de la cultura que se radicó muy tempranamente en Estados Unidos y enseñó en Columbia, es un libro tiene planteamientos polémicos. Aunque por otras razones, Barzun le compra a Spengler la tesis de la declinación de Occidente. Tiene sus reservas frente a Wagner, Darwin y Marx. Tiene una mirada especialmente fascinante y compleja respecto del romanticismo como movimiento literario, histórico, filosófico y también político. Nunca es neutro y tiene opiniones propias. Pero, al margen de todo eso, su erudición es oceánica y capaz de correlacionar procesos que los ciudadanos de a pie nunca conectaríamos. En este sentido, su trabajo es un portento. Barzun murió muy, muy agé: a los 104 años en 2012. Nueve años antes el presidente Bush Jr le había concedido la Medalla Presidencial de la Libertad, quizás si la máxima distinción civil de los Estados Unidos.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.