Columna de Héctor Soto: Diálogo en francés
![COUP DE CHANCE GOLPE DE SUERTE EN PARÍS WOODY ALLEN 2](https://www.latercera.com/resizer/v2/FGBTSHFDZFA3ZBQWKU7563GSEQ.jpg?quality=80&smart=true&auth=cdcdb032d510e791ab43dc3eaebcab198357b582a5cab6805f9d645205621eaf&width=690&height=502)
Obra maestra. Sabido es que el belga Georges Simenon escribió, siempre en francés, arriba de 200 novelas, incluyendo unas 30 que publicó bajo pseudónimo. Fue un portento en términos no solo de fecundidad, sino también de inteligencia, agudeza y contención. Pocos autores han sido tan leídos como él. Se calcula que vendió más de 500 millones de libros. Y aunque el Inspector Maigret ocupa la mayor parte de su producción, son muchas novelas suyas no policiales, que entregan penetrantes retratos de la vida provinciana o notables estudios de caracteres. No sé por qué después de muchos años he vuelto a Simenon, de cuyas obras tengo grandes recuerdos, como es el caso de Carta a mi juez o El hijo del relojero (escritas ambas en su período estadounidense, país al que se trasladó después de la guerra y hasta mediados de los 50). Ahora he estado leyendo El vecino de enfrente (historia de un cónsul turco en alguna ciudad soviética, no muy lograda como novela) y El gato, que definitivamente es una obra maestra. Publicada en 1966, es la historia de un matrimonio de viejos que se odian no obstante compartir la misma casa, la misma habitación y el mismo lecho. Él tiene un gato, ella un papagayo. Ni siquiera se dirigen la palabra. Pero todo el día se están espiando, despreciando, controlando y urdiendo las peores infamias. Pierre Granier Deferre hizo en 1971 una adaptación fílmica ni más ni menos que con Jean Gabin y Simone Signoret, que no estaba muy bien, pero tampoco mal. La película hizo del conflicto matrimonial una guerra más frontal que la de la novela y le quitó el sesgo de clase con que Simenon concibió la historia, porque mientras él es un simple tipógrafo jubilado, ella había sido en otra época una rica heredera. El único problema de El gato, editada por Acantilado el 2013, es que no es fácil de encontrar. Pero para eso es que están las plataformas de libros digitales y las de compra por encargo.
¿C’est fini? Al parecer, Golpe de suerte en París será la última película de Woody Allen. El dato es golpeador para quienes colocamos títulos como Manhattan, Días de radio, Zelig, Crímenes y pecados o Match Point entre las mejores películas de las últimas cinco décadas. Pero también es un cable a tierra con la realidad. El cineasta va ya para los 90 años, el suyo es un trabajo que implica un enorme desgaste físico y querámoslo o no su nombre quedó vetado por el movimiento #MeToo desde que Mia Farrow y un hijo suyo encabezaran una campaña en su contra, no obstante que la justicia terminó absolviéndolo de todos los cargos. En esta nueva realización, rodada en francés y de principio a fin en París, grata, divertida y un tanto amarga, Allen retorna al tema que más lo ha obsesionado en los últimos años. El efecto de las casualidades y de la fatalidad en los asuntos del amor y en los rumbos de la vida. Allen ve estos temas prácticamente como instancias disciplinarias de la culpa y el deseo, de los ideales y de las conveniencias, de las paradojas e ironías de la existencia. Como buen judío, hay algo en su mirada, a veces compasiva, a veces burlona, parecido a la que debe tener Jehová cuando observa la torpeza del comportamiento de los hombres. ¿Quién hubiera dicho que el más neoyorquino de los cineastas americanos iba a terminar haciendo una película en francés y conectando con lo más profundo -también con lo más oscuro- de la galantería, el encanto y la ligereza de la inspiración romántica gala? Eso, que en sí ya es una tremenda ironía, no está mal como desenlace y fin de fiesta de la obra de un cineasta que, aparte de haberse erigido en república independiente, tuvo siempre extraordinaria coherencia. Adiós, Woody. Admiración, reconocimiento y homenaje.
¡Córtenla! Posiblemente decir que el español es un idioma de pobres, como lo aseguró Jacques Audiard, es tan estúpido como decir que el francés es un idioma de negros. Algo al parecer -más de algo, en realidad- se ha estado saliendo de control en la polémica en torno a la cinta Emilia Pérez, que concurrirá a la próxima ceremonia de los Oscar favorecida por 13 nominaciones y contrariada por un debate donde se han dicho, por lado y lado, cualquier cantidad de imbecilidades. La del español como idioma de pobres es solo una de tantas. El problema es que quien lo dijo fue nada menos que el propio realizador, un sujeto hasta aquí impecable, interesante, sensible, como lo prueba El latido de mi corazón, El profeta o París, distrito 13, aunque parece haber sido abducido por esa gran tentación del cine de estos tiempos: la imaginación políticamente correcta y de brocha gorda.
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