Columna de Héctor Soto: Ejercicios de misterio

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Venecia.


Serenísimo misterio. En un libro precioso, Escuchar la nieve, de Jacobo Zanella (Editorial Bastante, 2024), se lee que Venecia está hecha con clavos que no son de hierro, sino de madera. Son clavos enormes, de dos a 10 metros y atraviesan cientos, miles de palos o pilotes hundidos en el barro, clavados mediante una especie de yunque en las profundidades. El dato proviene del libro Venecia es un pez, de Tiziano Scarpa (2000), y es solo uno de los tantos con los cuales sorprende esta obra construida a partir de puras citas. Algunas muy cortas, otras más o menos largas. ¿Por qué esas maderas de alerce, olmo, roble y pino proveniente de los bosques de Cadore, en los Alpes, no se pudrieron en el barro? La respuesta técnica es porque se mineralizaron: el mismo barro las envolvió en vainas protectoras impidiendo el contacto con el oxígeno. Hay que ser químico para aceptar esta explicación. Lo concreto es que la madera sin respirar durante siglos se convirtió en piedra, lo bastante sólida para soportar no solo la Basílica de San Marcos y el Puente Rialto, sino también la Basílica de Santa María de la Salud, cientos de palacios y todas las construcciones de la ciudad más delirante del mundo. Sabemos, o creemos saber, que la Serenísima República se fundó en pantanos. Lo que deberíamos saber es que, además, está fundada en misterios que son inexplicables.

El otro Chile. En su libro Mitos y leyendas del pueblo chilote (Catalonia, 2024), Juan Andrés Piña, editor, crítico y ensayista, dedica una de las entradas de su obra a La Recta Provincia, una organización secreta o hermandad compuesta supuestamente de brujos y curanderos que hacia mediados del siglo XIX llevó a establecer una suerte de lado B de la institucionalidad chilena de la época. Tenían una organización de perfectas jerarquías (un rey, un gran consejo asesor, un tribunal llamado La Mayoría, integrado por 13 brujos y con acusada presencia en los distritos de Lima, Santiago y Payos). El libro cuenta que hacia 1880 la organización fue llevada a la justicia por la Intendencia de Ancud y que el juicio fue conocido como el Proceso a los Brujos de Chiloé, tierra de mitos persistentes, de pájaros nocturnos y temibles, de barcos fantasmas, de gente temerosa y de mujeres hermosas con cola de pez. Al parece el proceso se disolvió, como tantos otros, en una investigación judicial interminable, pero eso no impide pensar que Chile, “fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa”, según escribió Ercilla en La Araucana, todavía proyecte en los espejos del tiempo los bordes de ese otro Chile, el de la Recta Provincia, que sigue a veces endemoniándonos o jugándonos chueco hasta el día de hoy. Piña consigna para el fenómeno una explicación menos mágica de esta organización y dice que La Recta Provincia fue formada por aborígenes y españoles que no deseaban que Chiloé pasara a formar parte de la República. Esta es solo una de las fascinantes historias recopiladas en este espléndido trabajo.

Tardes de crueldad. El pasado 19 de noviembre, el mismo día y a la misma hora del partido de Chile con Venezuela, culminó el festival de documentales de Santiago, Fidocs, con Tardes de soledad, la cinta de Albert Serra, cineasta, director y productor español. Ambientada en el mundo de la tauromaquia, ganadora del último Festival de San Sebastián y protagonizada por el diestro peruano Andrés Roca Rey, un joven salido de la aristocracia taurina limeña, no es una cinta grata. La verdad es que es difícil de soportar para gente sensible a la crueldad animal. Pocas veces, quizás nunca, una cámara captó con tanto rigor los detalles sádicos, brutales y sangrientos de esta tradición amparada en el coraje viril, en la religión de la cruz y en un cortejo temerario con la muerte. Serra registra no menos de 15 corridas, todas del mismo torero, en un despliegue de ferocidad que cuesta mucho soportar sin horror o indignación. La cinta, sin embargo, tiene pasajes sublimes. El ritual bajo el cual el torero se viste, la transfiguración demoníaca de su rostro segundos antes de culminar las corridas, las ceremonias que anteceden y siguen al sacrificio de las bestias. Y deja abierta la pregunta de qué hay en el gen español que convirtió esta barbaridad en espectáculo, en fenómeno cultural e incluso, según muchos, en arte. La cinta no está disponible por ahora, pero conviene tenerla en el radar.