Columna de Héctor Soto: El triunfo de la incertidumbre

Presidente tras votaciones de constituyentes
El Presidente de la Republica, Sebastian Piñera, realiza un punto de prensa en el Palacio de La Moneda, tras conocer los resultados de las votaciones de constituyentes, gobernadores y municipales 2021. FOTO: AGENCIAUNO


Hay muchas formas de leer desde la derecha los resultados de las elecciones de ayer. Tantas como maneras de tergiversarlos o diluirlos. Pero, en rigor, esto fue un desastre. Hoy parece un chiste recordar que hace solo pocos días la cátedra -esto es la trenza de analistas y encuestadores- le otorgaba por lo bajo al sector un tercio y más de los escaños de la Convención Constituyente y asumía que no se visualizaban cambios importantes en los municipios de las ciudades grandes que controlaba el sector. Las pinzas. Ninguna coalición llegó al tercio. De hecho, la derecha rasguña algo así como el 28% de los constituyentes y comunas tan importantes como Maipú, Ñuñoa, Viña del Mar e incluso Santiago pasaron a manos del Frente Amplio o del PC. Si esto no es una vuelta de campana, ¿entonces qué podría ser?

Los grandes ganadores de la noche, en todo caso, fueron los independientes -grupo muy heterogéneo y del cual nadie sabe cómo se comportará- y la llamada Lista del Pueblo, formada por una coalición también muy diversa de movimientos sociales extraparlamentarios y de matriz más bien radicalizada, varios de los cuales tuvieron destacada participación en el estallido del 18 de octubre del 2019. El primero de estos fenómenos habla del rechazo a los partidos, de la aversión a las élites, del cansancio de la gente con los viejos tercios de la política, y el segundo ayuda a entender por qué, hasta aquí al menos, no fueron capaces de capitalizar en toda su magnitud la energía ciudadana del estallido ni la antigua izquierda -digamos el PS, que es el partido con más tradición en el sector- ni tampoco la nueva, el Frente Amplio, concretamente. Es cierto que al FA ayer no le fue mal, como hacía presumir el caótico desempeño que el bloque tuvo en los últimos meses a raíz de varias deserciones, pero nada de lo que ganó (que no es poco, en términos de constituyentes, de alcaldías, de gobernaciones regionales) lo posiciona como la voz más autorizada del Chile descontento que se manifestó en octubre de 2019.

La elección de ayer probó que la centroderecha es minoría y que ni siquiera yendo unida puede, en las actuales circunstancias, llegar a representar una fuerza de contención lo bastante poderosa para frenar la demolición del modelo y de la institucionalidad que salió del período de la transición. Quedó claro que el sector no se la puede ni aun yendo aliado con los Republicanos. En caso de ir separados, el asunto es francamente calamitoso, como lo demuestra la derrota de la derecha en la elección de gobernadores en la Región Metropolitana. Esto debiera tener consecuencias, porque a nivel ciudadano el sector sabe anteponer la unidad a otras consideraciones. Siendo así, surge ahora la pregunta de si Chile Vamos no tendrá que abrirse finalmente también a ese mundo políticamente más duro que interpreta el Partido Republicano. La interrogante es válida, porque de otro modo el sector corre el riesgo de quedar muy disminuido en la próxima legislatura. Es más: podría incluso arriesgarse a no calificar entre las dos primeras mayorías para la segunda vuelta de la elección presidencial.

Este es el otro gran cambio político de la elección de ayer. Si bien ninguno de los bloques alcanza a representar el tercio, la segunda fuerza política del país dejó de ser la Unidad Constituyente (el mundo de la antigua Concertación con uno que otro refuerzo en esa pasada) y pasó a ser la alianza Apruebo con Dignidad, que básicamente une al Frente Amplio con el PC. No está claro lo que este fenómeno vaya a significar en el futuro, pero debería darse por descontado que las cosas no van a seguir igual, sobre todo teniendo presente que las últimas radiografías del PS dan cuenta de un partido cuyo corazón está bastante más cerca de la izquierda radicalizada que del centro socialcristiano.

Hasta ayer eran varios los factores que indicaban que el país había virado a la izquierda: primero, el estallido, pero luego la desaprobación al gobierno, el tono de la discusión pública, el desorden del oficialismo, la crítica al modelo instalada casi sin contrapeso en las redes sociales y en los medios. Ayer, todos estos datos se expresaron en votos, en nuevas posiciones de poder y en un escenario político ultrafragmentado que, junto con no clarificar ninguna de las incertidumbres que teníamos, agregó muchas otras. Esta es la verdad. Hay que ser o muy cándido o muy valiente para apostar a lo que viene.

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