Columna de Héctor Soto: Garrotazo y revelación
Nuevamente la cátedra, los expertos electorales y las encuestas dieron la hora. Lo que se daba por hecho se fue por el caño. Chile se ha vuelto una caja más insondable y misteriosa de lo que pensábamos y ya es un hecho que el rostro del nuevo ciclo político será el de alguien que no está contaminado por ninguno de los lastres, fulgores y sesgos del Chile de la transición. La ciudadanía lo determinó ayer. Es alta la posibilidad de que el próximo mandato sea o de Sebastián Sichel o de Gabriel Boric.
Para Lavín, para la UDI y para los viejos tercios de la centroderecha el triunfo de Sichel tiene el impacto sorpresivo de un garrotazo y la vehemencia persuasiva de una revelación. Pocas veces el sector ha tenido que rendirse al carisma de un candidato que no viene de la derecha dura sino del centro, que aporta ideas y sangre nueva, que tiene una experiencia de vida engastada en las zonas más sombrías de la modernización chilena y que, por sobre todo, supo comunicarse con la gente desde la horizontalidad y la empatía. Es cierto que lo favoreció el hecho de encabezar durante un tiempo el Ministerio de Desarrollo Social. Pero el cargo fue solo una circunstancia en el caso suyo. Después de todo, en esa la misma cartera antes se quemó Alfredo Moreno y después pasó de más a menos Karla Rubilar. Luego de haber sido el ministro mejor evaluado del gabinete, el Presidente inexplicablemente lo sacó y lo mandó al Banco Estado, donde también puso su sello, y cimentó en parte el inédito triunfo que consiguió ayer.
El nombre de Sebastián Sichel es el de una figura nueva y atractiva. No tiene el rodaje ni la experiencia de Lavín. No maneja ni de lejos los tiempos comunicacionales con la precisión que él tiene. No tiene ni la mitad de sus redes ni la cuarta parte de su retórica para ser conservador en la mañana, liberal al mediodía y socialdemócrata por las noches. Sin embargo, a lo mejor precisamente por eso, tiene un liderazgo más de verdad. Por de pronto, cuenta con un radar no solo más fino, sino también más natural para conectarse con las demandas, las necesidades y las aspiraciones de la gente. Las conoce no porque las haya estudiado en las encuestas, en los informes de comunicación estratégica o en las reuniones con sus asesores electorales. Las conoce porque son parte de su biografía, cosa que en los debates con sus contendores generaba una manifiesta irritación que mezclaba la impotencia y el fastidio. Era comprensible esa molestia. Sichel se impone no tanto por lo que dice cuanto por lo que es.
La centroderecha, que no ha dejado error por cometer en los últimos años y que las ha visto verde en las últimas elecciones, ayer dijo basta y rechazó la idea de insistir en discursos repetidos y en cartas ya gastadas. Córtenla. Aun dando por descontado que Lavín se las sabe por libro, el electorado del sector dejó en claro que prefiere correr el riesgo con alguien nuevo, con alguien que nunca pisó Chicago, que no viene del barrio alto, que no está maleado por los mentideros del poder y que, cuando habla, sea cual sea su auditorio, transmite otra energía, otra emoción y otro aire. Vaya si no es un alivio para quienes se sienten parte de esta sensibilidad.
¿Basta eso para llegar a La Moneda? Obviamente no. Pero ya hay varias novedades sobre la mesa. Todas son interesantes. La primera es que nos salimos de los políticos de la transición. La segunda es que se le complicó el panorama electoral a Yasna Provoste. Sin embargo, que nadie crea que esta carrera será fácil: Boric es un contendor mucho más competitivo que Daniel Jadue. Y si finalmente son Sichel y Boric quienes pasen a segunda vuelta, querrá decir que por primera vez en mucho tiempo el país tendrá que elegir a su Presidente pensando más en el futuro que en el pasado. Pueda ser que así sea: ya era hora.
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