Columna de Héctor Soto: Las cuentas de la gobernabilidad
Quien diga tener completa claridad sobre los ejes en los cuales se va a dar la segunda vuelta de la elección presidencial está engañado o se está mintiendo a sí mismo. Hasta aquí, todo lo que cabe son conjeturas, entre otras cosas porque en las últimas elecciones los chilenos no hemos sido especialmente coherentes. Un día le abrimos la puerta a la izquierda y a los pocos meses se la cerramos de un portazo. Un día celebramos el salto de los torniquetes y la quema de estaciones del Metro y al otro transformamos la seguridad y el orden en la primera prioridad ciudadana.
Hasta aquí la cátedra, apoyándose básicamente en sensaciones térmicas y encuestas, asume que el ganador será Boric. Hay razones para creer, sin embargo, que los sondeos, que después de todo no anduvieron tan extraviados como se temía en la primera vuelta, podrían estar subestimando el voto de Kast, básicamente porque no es una figura muy al gusto del pensamiento políticamente correcto y porque ya se volvió moneda corriente en los medios presentarlo como el candidato de la extrema derecha, si es que no del pinochetismo duro. En esas condiciones, hacer pública la adhesión a Kast tiene un costo que mucha gente prefiere eludir refugiándose en la discreción o en el secreto del voto.
Si la disyuntiva se va a plantear entre avanzar a transformaciones profundas, cambios de alcances todavía confusos y desenlaces inciertos, por un lado, o de volver por el otro al sentido común para restablecer el orden, poner atajo a la inseguridad y recuperar la viabilidad que Chile perdió, primero, a raíz del estallido y, después, por culpa de la pandemia, todo indica que el resultado podría estar muy peleado. Más allá de las sensibilidades que uno y otro candidato representan, es muy probable que la ciudadanía termine eligiendo Presidente a quien ofrezca mayores garantías de gobernabilidad para los próximos años.
Hasta hace dos semanas, qué duda cabe que ese horizonte era complicado para José Antonio Kast. Sin embargo, luego de que los chilenos decidiéramos que ya no queremos volver a tener un Congreso Nacional en manos de las barras bravas, la situación cambió de manera sustancial. Con un control de la Cámara que sin llegar a la mayoría sobrepasa con holgura el tercio de las bancadas, y con la mitad del Senado, un eventual gobierno de la derecha ya no se ve tan a la intemperie como sí lo estuvo el Ejecutivo durante el actual mandato. Por lo mismo, un eventual gobierno de Kast es ahora mucho más viable de lo que hace unos cuantos meses parecía serlo, cuando su postulación era, si no testimonial, de convocatoria claramente más reducida.
No porque Boric diga estar moderando contra el tiempo su programa en aspectos como violencia, seguridad, orden público, inmigrantes o reforma tributaria, temas que tanto él como su coalición ningunearon por espacio de años, su gobierno tiene un horizonte más despejado que el de su contrincante. Si hay algo en lo cual las cuentas del bloque Apruebo Dignidad nunca han estado muy en paz es en materia de unidad interna. Las fisuras no se notaban demasiado cuando el PC y el Frente Amplio competían, juntos o cada cual por su lado, en quién tiraba la molotov más lejos, hacía una oposición más cerrada, atacaba con mayor virulencia a las instituciones o hacía más ingobernable al país. Era un ejercicio de enorme irresponsabilidad política, que parecía no tener costo alguno, bueno, hasta que lo tuvo, hace dos domingos, cuando esta candidatura llegó segunda y logró aumentar apenas en menos de 70 mil votos la votación conseguida por Boric y Jadue en la primaria.
A la difícil convivencia interna entre los socios, puesto que no pasa un día sin que el PC llame al abanderado al orden o contradiga la milagrosa moderación de su discurso, esta semana se agregó la evidencia de un nuevo vacío de orden y liderazgo en la coalición a raíz del debate del cuarto retiro del 10% en comisión mixta. La actual legislatura, por muy lejos la peor que Chile haya conocido en décadas, se niega a abandonar la escena con discreción e insiste en lo que es un despropósito y, además, una infamia. Le importa un rábano que su líder, Gabriel Boric, se haya jugado por algunos elementos de contención en esta iniciativa específica. Todo esos resguardos suyos pasaron a mejor vida. La sensación que queda es que si este es un anticipo de la gobernabilidad que promete su gobierno, diablos, significa que estamos en serios problemas. Después de todo, ¿por qué un gobierno como el de Boric podría ser más responsable, sensato u ordenado de lo que fue el calamitoso parlamentarismo de facto que instaló la actual mayoría parlamentaria? ¿Puede entregar garantías de buena gestión un arco político que para lo único que tuvo imaginación fue para burlar por la vía de los resquicios las normas constitucionales, para acusar sin fundamento al Presidente de la República y para saquear a mansalva el sistema de pensiones?
Esa experiencia, que fue en muchos aspectos determinante del fracaso del gobierno de Piñera, le entregó a la actual oposición el fulgor ilusorio de sucesivos triunfos políticos. Nadie, sin embargo, debería confundir eso con un modelo de gestión cívica y mucho menos con una escuela de gobernabilidad.