Columna de Héctor Soto: Lecturas

THE GODFATHER EL PADRINO FRANCIS FORD COPPOLA MARLON BRANDO 1
El Padrino de Francis Ford Coppola.


LA SANGRE TIRA. Precisamente porque se ganó el derecho que tienen los clásicos de ir admitiendo con el tiempo sucesivas interpretaciones y miradas, El padrino, que este año celebró sus primeros 50 años, vuelve una y otra vez a interpelarnos. Jonathan Rosenbaum, gran crítico de cine, académico de la Universidad de California y durante años columnista del legendario Village Voice, cree que El padrino I es una película de gánsteres como cualquier otra, pero que está intervenida por matrices y adornos propios del cine-arte. El padrino II, en cambio, sería a su juicio una película de cine-arte interferida por matrices y adornos gansteriles genéricos. Lo concreto, para él, es que las dos películas juntas, notables éxitos de taquilla ambas, constituyen magistrales adaptaciones y apropiaciones norteamericanas del cine italiano de ese tiempo. A su juicio, la primera y mejor secuencia de la primera película, construida en torno a una boda de la hija de Corleone, es deudora del notable y prolongado baile de El gatopardo (1963), de Luchino Visconti, en tanto que el manejo elegante y nostálgico de los decorados de época de El padrino II “parece deber algo a El conformista (1971)”, de Bernardo Bertolucci. En opinión de Rosenbaum, ambas películas se depreciarían bastante sin la pegadiza música de Nino Rota, el compositor habitual de Federico Fellini. Este negocio, en suma, habría sido entre puros italianos.

NUEVA EDICIÓN. Si Bolaño por sí mismo, el libro que Andrés Braithwaite publicó años atrás en Ediciones UDP a partir de entrevistas escogidas del autor de Los detectives salvajes, es un trabajo tan esclarecedor de su literatura, es porque Roberto Bolaño era un balazo para la entrevista. Como Borges, dominaba el género a niveles de un maestro. Respondía derechamente y sin temor a la confrontación. Entendía que sus entrevistas, no menos que los cuentos o novelas, eran parte del testimonio literario que quería entregar. Y era una fiesta para quienes lo entrevistaban, porque no había desperdicio en lo que decía. La nueva edición de libro (Ediciones Bastante), con prólogo de Juan Villoro y epílogo de Alejandro Zambra, trae como bonus track un material complementario y sensacional: arriba de 50 páginas de “Balas Pasadas”, un apartado que reúne un gran caudal de declaraciones suyas -lúcidas, memorables, divertidas o provocadoras- formuladas en diferentes medios, distintos momentos y variados contextos. Como esta: “Chile es mi infancia y México mi adolescencia y mi primera juventud. Entre el tequila y el pisco me quedo con el tequila. Entre los tacos y las empanadas, con las empanadas, sobre todo con las que hace mi madre, que además hace unos tacos muy buenos, pero yo me quedo con las empanadas. DF o Santiago: DF. Viña o Acapulco: Acapulco. La primera mujer con la que hice el amor fue una mexicana. Araucanos o aztecas: araucanos. Paz o Parra: Parra. Y entre la mesura chilena y la desmesura mexicana, me quedo sin ninguna, me quedo solo”.

HABLANDO DE ROSAS. La ensayista e historiadora norteamericana Rebecca Solnit declara compartir con George Orwell una cultivada fascinación por las rosas. Por eso escribe el libro Las rosas de Orwell (Lumen). Tal como a él, le gusta verlas, compararlas, plantarlas, admirarlas en el jardín, colocarlas en un florero que iluminará y perfumará hasta la más oscura habitación. Si las rosas no son la reina de las flores, quizás sea solo porque en el mundo natural pareciera no haber jerarquías dinásticas. El ensayo que la Solnit dedica al autor Homenaje a Cataluña y Rebelión en la granja es, como casi todos sus trabajos, extremadamente libre y está cruzado por muchísimas digresiones. En un momento, por ejemplo, habla de lo que las rosas significan en México y, concretamente, en la tradición religiosa de la Virgen de Guadalupe. Como se sabe, la leyenda señala que en diciembre de 1531, apenas 10 años después de la conquista española del Imperio azteca y en un lugar próximo a Ciudad de México, una joven radiante que se presentó como la Virgen María le pidió al campesino Juan Diego Cuauhtlatoatzin la construcción de una capilla en las inmediaciones. Juan Diego, que no hablaba español sino el náhuatl, se lo contó al obispo y desde luego este no le creyó. La Virgen, entonces, como prueba de su aparición, cubrió de rosas el cerro Tepeyac, fuera de temporada y con muchas especies que jamás habían crecido allí. Tampoco le creyeron. Acudió entonces de nuevo al prelado con una capa llena de rosas que cayeron a raudales en su despacho. No solo eso, en la capa del campesino las flores habían marcado la efigie de una mujer morena con un manto azul sembrado de estrellas y una luna, que es el que todavía cuelga en la Basílica de Guadalupe. A pocos días de la celebración local de la Virgen de Lo Vásquez, la devoción guadalupana es la mayor peregrinación católica del mundo y la celebración precisamente es mañana, lunes 12.