Columna de Héctor Soto: ¿Nada personal?
AJUSTES DE CUENTAS. Es posible que importe poco la etiqueta que se les ponga a los libros de la reciente premio Nobel Annie Ernaux. ¿Novelas, ejercicios autobiográficos o eso que llaman autoficción, cancha que sobre todo los franceses -de Houllebecq a Carrere- sienten como propia? No es fácil determinarlo. Lo que sí está claro es que el sustento de su obra es ella misma, que sus libros cautivan no por la imaginación que despliegan, cosa que en realidad no tienen, sino por el peso de la experiencia de vida que transmiten. Convencen no porque sean textos para subir su autoestima, sino más bien para ponerla en entredicho. Y emocionan, aunque no precisamente porque sea eso (la lágrima o la compasión) tras lo cual anda la autora: lo que a ella la mueve, al parecer, es solo poner sus cuentas en paz consigo misma, así sea que en el empeño deba exponerse sin piedad e infligirse heridas profundas o infamantes. Annie Ernaux no va de chica buena por la vida. En El lugar, retrato de su padre muerto, un hombre arcaico, simplón, de muchas limitaciones y escasa cocción cultural, lo cual se fue haciendo cada vez más patente mientras mejor formación iba alcanzando su hija, es duro, muy duro, y está cruzado por observaciones sociales y de clase que en principio deberían estar vedadas en las relaciones filiales. Pero, claro, en Ernaux no lo están. La relación suya con ese padre rústico y poca cosa siempre fue gélida y distante. Para peor, poco a poco se fue congelando en un espacio de desdenes y silencios que al final, como ocurre tantas veces en las relaciones de familia, impiden todo acercamiento, toda complicidad y toda conversación. El libro no dice de quién fue la culpa, si de él o de ella. Está claro, sin embargo, que este no es un texto para aspirar al premio de la hija del año. Tampoco con El acontecimiento la escritora aspira a cubrirse de gloria. La novela está centrada en el aborto que decidió hacerse en los años 60, cuando todavía era una estudiante de letras y sintió que la experiencia repentina de la maternidad iba a cambiar por completo un proyecto de vida, proyecto que comportaba dejar un mundo -la vida pueblerina, la familia, la pobreza- y acceder no solo a una profesión expectable, sino también a otra clase social. La clase, de nuevo. Ahí Ernaux tiene una llaga. Bien o mal pensada, eso es otro cuento, la decisión de abortar fue suya y, por lo que dice, no le dejó ni grandes culpas ni muchas dudas. Lo que no obsta a que el suyo sea un testimonio en extremo golpeador y terrible. De lo más feroz que se ha escrito en mucho tiempo. De nuevo: la autora no está entregando insumos para la discusión sobre el aborto. Está ajustando cuentas con su propia experiencia vital. Para eso, dirán algunos, está el psicoanálisis, y es cierto. Nadie podría negar, sin embargo, que desde mucho antes ya estaba la literatura.
MÁS QUE CRÍTICO, UN PERSONAJE. El crítico, un documental español dedicado a la controvertida figura de Carlos Boyero, crítico de cine de El País desde el 2077 y, antes, de El Mundo y de La Guía del Ocio, remueve las aguas en la península. Es bueno, de partida, que algo o alguien las agite. Boyero fue por décadas, con su prosa incisiva, afilada y con frecuencia venenosa, el rector del gusto cinematográfico hispano. No tenía indulgencia alguna para descuartizar o ensañarse con las películas que le disgustaban y jamás entendió que al cine nacional hubiera que subsidiarlo no solo económicamente, sino también con adjetivos comedidos y entusiasmos impostados. ¿Era un hombre de buen gusto? Quien vea el listado de sus películas favoritas (El audaz, Piso de soltero, Pacto siniestro, Laura, Casablanca, entre otras) diría que sí. Pero debiera decir que resueltamente no si se toma en cuenta que se salía de las películas de Kiarostami o que respondió diciendo “¡un coñazo!” cuando le preguntan por el cine de Herzog. Boyero puede haber sido a veces un canalla, aunque tuvo su gracia: escribía y sigue escribiendo muy bien, lo que no es ninguna bicoca para la crítica, y construyó en torno a él un personaje que, además de carácter, tenía miles de lectores, opiniones lapidarias, un tufo pesimista sin vuelta y mucho, mucho poder. Altanero, deslenguado, bien pagado, divertido y cada vez más reaccionario, el formato Boyero hoy en extinción podrá repeler a muchos, pero fue el que imperó durante décadas en la crítica. El documental ayuda a entender lo que fue su ascenso y a explicar también las causas de su actual caída.
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