Columna de Héctor Soto: Narrativas
HISTORIAS. En una de las pocas páginas legibles de ese verdadero cajón de sastre que publicó bajo el título de Desde dentro (Anagrama, 2022), Martin Amis cita al autor de La naranja mecánica, Anthony Burguess, para decir que existen dos tipos de novelistas. Los A y los B. Los A se interesan por la historia, la motivación, la trama, los personajes y la psicología; los B, solo por el lenguaje. Agrega Amis que mientras los novelistas A nunca se han movido de su territorio, los B arremetieron con fuerza en los años 60 y 70 -nadie sabe si por casualidad, justo en los años de la revolución sexual- y no faltó quien creyera que el futuro pertenecía al nouveaux roman, a la prosa sin puntuación, al experimentalismo desatado y las demás proezas de la “literatura del lenguaje”. Bueno, las cosas cambiaron. Medio siglo después, dice Amis, los libros que alardearon con la experimentación están muertos, por mucho que en los márgenes todavía se publiquen algunos, aunque sin mayor resonancia.
TRAMAS. Guardando todas las distancias del caso, novelas como Ulises, de Joyce; como Las olas, de Virginia Woolf, o como El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, que en su momento fueron un hit, difícilmente moverían hoy las agujas. Será triste, pero es la verdad. Después de la invasión de los bárbaros, como diría Baricco, así es la cosa. La gente quiere historias y quiere tramas, que no es lo mismo. El rey murió y luego murió la reina es una historia, según E.M. Foster. Un poco fome, claro. Pero, siguiendo la reflexión de Amis, El rey murió y luego murió la reina, al parecer de pena, ya es una trama y eso es lo que engancha a los lectores y los sumerge emocionalmente en el embrujo de un relato. Por supuesto todo esto es discutible. Un académico se indignaría con tanta simplificación. El tema, tal como el queso gruyere, está lleno de forados. Y de porosidades y excepciones. Lo raro es que sea el propio Amis -un escritor inteligente como se comprueba en sus ensayos, y también talentoso, como lo sabe cualquiera que haya leído Experiencia, entre otras novelas suyas- quien reivindique estas distinciones. Porque Desde dentro, novela errática, vagamente testimonial, complaciente y con serios problemas de coherencia interna, no juega ni en la cancha de la novela A ni tampoco en la de la B. Se disuelve antes, en el caos de la irrelevancia.
ATMÓSFERA. El sueño de independizar el relato del imperativo de contar una historia también es antiguo en el cine. El ideal de uno de los padres del neorrealismo italiano, Cesare Zavattini, guionista de Ladrón de bicicletas, era filmar a una señora que salía de su casa a comprar zapatos. Solo eso. Sí, poca cosa, pero según él podía ser fascinante. Cuando en el cine de los 60 y 70 los vientos de vanguardia también soplaban fuerte, Warhol filmó durante horas y horas a un tipo que dormía, y Godard hizo collages bastante herméticos que mezclaban citas, planos inconexos, fotos, textos, pinturas y frases musicales. Más que relatos, eran densos ensayos de muy baja graduación narrativa, que a él le funcionaban. Ahora, sin embargo, historias y tramas son muy importantes. De otro modo no se explica que el cine esté siendo desplazado por esos culebrones que son las series. Algunas, interminables: seis, siete temporadas. Historias de nunca acabar. Sin embargo, de pronto aparecen películas con historias muy singulares que igual nos conquistan y cautivan. ¿O no es la historia sino más bien la atmósfera la que nos captura en una cinta como Drive my car? Porque como historia, vaya, no digamos que sea muy convincente. ¿Quién es ese marido que tolera las infidelidades de su esposa como si oyera llover? ¿Quién esa chica hija de una madre terrible, muerta a raíz de un aluvión y que se siente culpable de no haber movido un dedo para salvarla? ¿No nos sentimos un poco pistoleados con este imaginario grueso y truculento? Así y todo, la cinta, que es larga (tres horas), que es discreta (sin grandes alardes) y que es compleja (porque junta hebras psicológicas, dramáticas y éticas muy distintas) funciona y convence; de hecho, es toda una experiencia, que es lo mejor que tal vez pueda decirse de una película. Pura atmósfera, tal vez.
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