Columna de Héctor Soto: No todo vale
Poca cosa. Anora, la cinta que ganó Cannes este año, bien podría ser un signo de los tiempos: brillosa por fuera, estúpida y extraviada por dentro. Esta es la historia, no de amor, ni siquiera de una relación muy interesada, entre una prostituta de Brooklyn y un chico ruso de 17 años, hijo de una familia millonaria. El supuesto idilio que protagonizan contempla fiestas, desenfreno, drogas, noches salvajes y un matrimonio de amanecida en Las Vegas a modo de resaca. El problema es que la chica inicialmente se la cree, que al chico se le olvida y que su familia no lo acepta. Por eso entran a tallar matones y entonces la película, que era de juerga, se transforma en cine de acción. ¿A qué apuesta el director? Nunca se supo. En principio a que todos sus personajes sean imbéciles, salvo -quizás, porque el asunto también es debatible- la chica que ejerce el viejo oficio. Sean Baker pertenece al sospechoso linaje de realizadores que miran el mundo desde arriba, con un cierto desdén, como un curioso espectáculo de patetismo y tontería. En Netflix hay otra película suya, Red Rocket, que en principio es divertida: la historia de un pobre diablo, actor de cine porno, que vuelve a su pueblo natal después de haberlo perdido todo. Pero, como es un sujeto astuto, engatusa a una pobre adolescente para que se meta también a “la industria”. ¿Qué le parece ese intento al realizador? Bueno, le parece divertido, curioso, increíble… pero la verdad es que no tiene posición. Cineasta poca cosa. Alguna vez puede haber oído hablar de estética. De integridad y decencia, por lo visto nunca.
Recuperando la conversación. Las Notas al margen (Ed. Katankura, 2024) de Luis Oro Tapia, académico del área de humanidades y las ciencias sociales, iluminan, cuestionan y ponen en su sitio distintos temas que no están en la contingencia pero de alguna manera, sin embargo, la contaminan o manipulan: entre varios otros, el victimismo como ideología, pretexto y estética política: la curiosa nostalgia por la desacreditada década de los 80; los enjuagues de los últimos años en torno al concepto de nación; los vetos a determinados temas en el mundo académico; el repentino furor por las políticas identitarias; la secreta complicidad entre el radicalismo político y las creencias mesiánicas; la depreciación, en fin, del poder político ante el poder social. Sin anteojeras y lejos de toda pretensión por clausurar con la última palabra los temas que aborda, este libro, que se impone tanto por el tono como por su libertad interior, entrega insumos valiosos para conversar. Por modesta que sea, la conversación es una de esas experiencias sin la cual el sistema democrático casi siempre termina funcionando a gritos o a portazos.
Terrible. Martín Caparrós, periodista, ex guerrillero, escritor y con frecuencia cronista inspirado, tiene ELA. Es un dato devastador porque posiblemente no haya enfermedad más miserable. Mantienes tu cerebro relativamente intacto mientras tu cuerpo, tus músculos, se van atrofiando irreversiblemente. Terrible fatalidad para un escritor tan intenso y dotado como él. No hay consuelo que permita digerir la noticia. El único quizás, si es cierto lo que dice Mauro Libertella en su libro sobre Ricardo Piglia, que padeció el mismo mal, es que no es doloroso. No lo sientes, pero te das cuenta de tu creciente incapacidad y nunca deja de avanzar.
Incontinencia. En La sustancia, cinta angloamericana escrita y dirigida por la cineasta francesa Coralie Fargeat, que estuvo hace poco en salas y ahora está en Mubi, hay de todo menos sutileza. La cinta no conoce la contención. Es como si John Carpenter entrara en competencia con el primer Cronenberg, como si Allien flirteara con el manga, como si Tarantino imaginara un comercial de salsa de tomates, como si el grotesco y el gore buscaran empleo en la industria del fitness y la cosmética. Se trata de una macabra pesadilla mefistofélica sobre el culto al cuerpo, la fama y la juventud. Como mirada a estos temas, es desaforada y muy feroz. Como menos sin duda que habría logrado más. Pero, aun así, hasta antes de volverse asquerosa y una pura basura, tiene momentos perversos y divertidos. Demi Moore no solo se conserva bien, sino que asume riesgos que pocas estrellas se atreverían a correr.