Columna de Héctor Soto: Nunca es tarde
Tiempo de madurez. Son cuatro amigas de los tiempos de la adolescencia que ahora, más de 15 años después, se juntan a celebrar la despedida de soltera de una de ellas, que se radicará España. En la novela Vida animal (Alfaguara, 2024, también disponible en digital), de la escritora peruana María José Caro, las jóvenes hacen la celebración en una casa de campo en las afueras de Lima. Obviamente ya no son las que fueron. Quizás ni siquiera son tan amigas. Bien o mal, porque el destino siempre hace lo suyo por su cuenta, el tiempo las ha hecho madurar. Nunca es tarde. También las ha colocado ante dilemas que son difíciles. En el intertanto hubo hogares que se deshicieron, amores que se rompieron, quimeras convertidas en chatarra y matrimonios que van a requerir de esfuerzo para salir a flote. Pero quedan los recuerdos. Los recuerdos de esa época cuando un póster, una canción, alguna película o una sola mirada podían abrir de par en par las puertas del futuro. La novela tiene mucho de generacional y respira convicción: ¡bienvenidos a los 30s! No es un dato menor que la quinta de las amigas, tal vez la más segura, seductora y exitosa del grupo, haya tocado fondo y no pueda comparecer a la cita. Está sin estar. Tal como muchos otros sentimientos y experiencias en esta novela leve y misteriosa, que también están sin estar. Como la conciencia irrevocable de pérdida. Como el miedo visceral a que todo se venga abajo. Como saber que la manada ya no es y que en adelante la vida será un asunto de cada cual. En ésta, su segunda novela, María José Caro maneja bien las distintas temporalidades de su relato y deja entrar con insistencia a la trama una fauna que a veces observa, a veces se asusta, otras acompaña y a ratos también amenaza. De qué extrañarnos: nada muy distinto de la conducta de los propios personajes.
Rescate. El documental Hecho en Inglaterra, que puede verse en Mubi por estos días, es fascinante por varios conceptos. De partida, porque lo inspira y narra Martin Scorsese. También porque está dedicado a la obra de uno de los cineastas más singulares de Inglaterra, Michael Powell, realizador que trabajó asociado durante casi 20 años al guionista Emeric Pressburger, y que hoy estaría completamente olvidado si Scorsese no se hubiera encargado durante décadas de rescatarlo y homenajearlo. Ahora, con este notable documental, va más un paso más allá porque en realidad se trata de un descubrimiento de toda su obra. Era una deuda que tenía pendiente desde hacía tiempo y en buena hora la está saldando. Powell y Pressburger potenciaron como nadie en su época la conexión del cine con la imaginación romántica. O incluso con la imaginación francamente lisérgica. Las películas que hicieron (la principal de las cuales es Las zapatillas rojas, aunque tienen muchas otras, desde El ladrón de Bagdad a El fotógrafo del miedo) tenían una enorme carga de delirio y expresividad visual que el cine quizás nunca más recuperó. El problema es que esas películas, de una manera u otra, tributaban al expresionismo e incluso a la inspiración surrealista, y terminaron avasalladas por la vocación realista que se impuso en el séptimo arte a partir de la posguerra, luego del triunfo del neorrealismo en Italia, de la nueva-ola en Francia y del nuevo cine americano en Hollywood. Es muy notable la forma en que Scorsese, quizás si el más descarado e incontinente profeta del realismo fílmico, reivindica el legado imaginativo y fantástico de Powell, que fue el que lo marcó en su infancia y le enseñó que si las imágenes no tenían poder de sugestión ni tampoco impacto visual, bueno, entonces valían un carajo. Son muchas y gigantescas las brechas que hay entre el cine de Scorsese y el de Powell. Lo que es muy impresionante en este documental, dirigido por David Hinton y conducido por Martin Scorsese, es descubrir las complicidades que hay entre el arte de uno y el del otro.
Clásicos a la mano. Respetamos a los clásicos, los sabemos incombustibles, pero también les tenemos miedo. Se entiende. Embarcarnos en La guerra y la paz, la colosal novela Tolstoi ambientada en los años de las guerras napoleónicas, tiene arriba de 1.600 páginas y supone semanas y semanas de lectura. El desafío con los Karamazov, de Dostoievski, es algo menor, pero igual entraña unas mil páginas por lo bajo. Así las cosas, no es mala idea ir a las novelas cortas de Tolstoi y a sus cuentos, que son espectaculares. Por ejemplo, está en librerías una excelente edición de la UAI y Ediciones Tácitas de La muerte de Iván Ilich. Solo 98 páginas. Si no está entre las diez mejores obras de la literatura de todos los tiempos, porque ahí debiera figurar, es simplemente porque alguien está trampeando el ranking. Es un relato soberbio y fuera de serie sobre los últimos días de un burócrata que viene encontrar demasiado tarde el sentido de la vida. Otra edición local que no debiera ser pasada por alto es la de Benito Cereno (Ed. Hueders, 2024), de Herman Melville, el autor de Moby Dick. La traduce Rodrigo Olavarría. Es una novelita portentosa que recrea un episodio ocurrido en los mares de Chile pocos años antes de la Independencia y la edición incluye algunos de los materiales en los cuales el novelista se inspiró. Aunque solo por el hecho de ocurrir en Chile debería formar parte de nuestra conciencia literaria, súmese a esto el suspenso y pulso envolvente de la narración. También un libro excepcional. Como se decía antes, son oportunidades que no se repetirán.
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