Columna de Héctor Soto: ¿obra maestra?

king staten island

Quienes se atrevan con The King of Staten Island lo agradecerán. Es una gran película. Incómoda a veces, majadera en algunos tramos, desesperante en otros, disparatada casi siempre, obsesiva hasta la exasperación.



Es una película de poco antes la pandemia y que debió haber llegado a la cartelera. Pero nunca llegó. Y es también un título que la crítica debió haber exaltado, pero por el cual casi nadie movió un dedo.

Es raro el fenómeno y rara la película. Se titula The King of Staten Island y es una comedia singular. Ha circulado con el título de El arte de ser adulto y también como El rey del barrio en países de habla española. Está disponible en Google Play a un precio económico. Quienes se atrevan lo agradecerán. Es una gran película. Incómoda a veces, majadera en algunos tramos, desesperante en otros, disparatada casi siempre, obsesiva hasta la exasperación, políticamente muy incorrecta para los tiempos que corren, pertenece a ese escaso género de películas que no solo una vez, sino en varios tramos, transmite la sensación de estar frente a una obra maestra. Es una sensación que al menos yo no sentía hace años. Quizás le estoy poniendo de más y no es para tanto. Pero por parte baja es una película gloriosa e inolvidable.

Los pocos críticos que tomaron más en serio la cinta la subestimaron básicamente -primero- porque el mejor momento del cine de Apatow podría haber pasado; el realizador nunca volvió a tener el mismo éxito de Virgen a los 40, de Ligeramente embarazada o de Supercool. También por su mestizaje, por mezclar dos hebras que son muy distintas. Por una parte, la irreverencia de Apatow, como siempre al servicio de una emocionalidad muy a flor de piel. Por la otra, la acidez del humor de Saturday Night Live, una de cuyas figuras, el humorista Pete Davidson, intenso, egomaniaco, neurótico, insoportable por momentos, aquí es, además de personaje central, coguionista y, por si fuera poco, también el principal motor de la historia. Incluso la trama pareciera tener contornos autobiográficos. Pero, claro, son dos afluentes distintos. Rupestre, californiano, cándido y bien básico uno. Elaborado, neoyorkino, hiriente políticamente el otro. Lo grandioso es que Apatow hace de ese mix una síntesis memorable.

El tema es muy de Apatow: la terrible y dolorosa dificultad de crecer. Scott Carlin, el protagonista, es un chico de 24 años a la deriva. No estudia, no trabaja, es un vago irrecuperable, pierde el tiempo con una patota de amigos impresentables, vive a costillas de su madre viuda y, lejos de ayudarla a enfrentar la vida, pareciera estar empeñado en complicársela todavía más. Las cosas hacen crisis el día que ella se involucra en una aventura sentimental que su hijo, protagónico y ególatra como es, difícilmente podrá tolerar.

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The King of Staten Island habla con una serenidad de la familia, los amigos, los afectos, la vocación, la inmadurez, el desasosiego, la ansiedad, la mala leche, el narcisismo y el coraje con una franqueza poco frecuente en las películas de estos días. Scott es hijo de un bombero héroe muerto en acto de servicio e inconscientemente sobrelleva en sus espaldas, por un lado, el vacío de una figura paterna en casa y, por el otro, la omnipresencia de una madre que él se dedica a explotar inconscientemente (gran desempeño de la gran Marisa Tomei). También en su familia hay una hermana (una hija de Apatow encarna el rol) y durante buena parte del relato está la amenaza de que el amigo de mamá termine instalado en casa.

Más en allá de la superficie, es una película sobre la posibilidad de cambiar, experiencia que la cinta lleva a extremos no solamente cómicos sino también descolocadores. Cual más, cual menos, todos los personajes queman lo que han adorado y adoran lo que han quemado. En gran parte, porque la historia hace primar, como en todas las buenas comedias, el caudal portentoso de la vida, del cariño, toda vez que seas capaz de salir de tus encierros y encontrar tu destino.

Bien por Apatow, que todavía tiene mucho que decir. Bien por nosotros, que necesitábamos recuperar la fe.

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