Columna de Héctor Soto: Parada de carro

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Debe ser difícil para el nuevo presidente interpretar el mandato político que recibió con la aplastante victoria del domingo pasado. Es difícil, porque él, desde luego, es un político y no un analista que se pueda dar el lujo -y el tiempo- para pesquisar o discriminar con algún grado de exactitud la procedencia de los votos que sacó.

Se entiende que a él le irriten sobremanera los consejos que distintos columnistas le han estado dando por los diarios, en orden a que debe olvidarse de su discurso de primera vuelta, concentrándose solo en su abrupta moderación posterior, básicamente porque fue esto lo que lo hizo ganar. Está bien. También han surgido voces del interior de su propia coalición que llaman al presidente a no dejarse seducir por estos cantos de sirena del partido del orden, porque el programa quedó escrito para siempre y nada de lo que puede haber dicho o sugerido en la campaña de segunda vuelta podría modificarlo. Otra vez, está bien. Por lo mismo, va a costar sacar algo en limpio de este tira y afloja. Allá los sueños y las convicciones. Acá, las conveniencias y el pragmatismo. Nada nuevo bajo el sol. En eso consiste precisamente la política.

El voto de la ciudadanía, sin embargo, fue bastante más complejo que ese trade-off. Boric sacó menos de 1,8 millones de votos en primera vuelta y 4,6 en segunda. No alcanzó a triplicar su votación, pero el salto de todos modos fue sideral y no tiene precedentes. En principio, su votación final terminó movilizando a alrededor de 1,3 millones de ciudadanos adicionales que no estuvieron en primera vuelta y que sí participaron en la segunda. Pero aun esta cifra es engañosa, porque es posible que hayan sido más, dado que es dable pensar que muchos votantes de Parisi, Provoste, Enríquez-Ominami y aun de Artés hayan preferido no ir a votar a la segunda vuelta, razón por la cual habría que netear este número con los que se sumaron.

La pregunta del millón obviamente es por qué ocurrió este fenómeno. Una posibilidad es que el millón 300 mil ciudadanos no haya ido a votar en primera vuelta porque -obvio- no se sintió interpretado ni por Boric, que en ese momento estaba bien izquierdizado, ni tampoco por los otros cuatro candidatos no oficialistas. ¿Por qué el mismo candidato que tuvo resultados francamente malos en primera vuelta los convirtió en espectaculares un mes después? ¿Tanta es en Chile la gente progre, aunque moderada, que el mismo candidato que tuvo un mal desempeño en noviembre logró multiplicar por 2,5 veces su votación en diciembre? ¿Hace sentido este salto?

La verdad es que no mucho. Es evidente que la votación de Boric en noviembre y en diciembre no se explica solo en función de lo que hizo o haya dejado de hacer. Porque el factor que de veras gravitó en las últimas semanas de la campaña fue la posibilidad de que José Antonio Kast se alzara con la victoria y se convirtiera en el nuevo Presidente de la República. Y esa posibilidad fue vista como una pesadilla por un sector importante de la ciudadanía, tanto por quienes no lo votaron en primera vuelta como por quienes se levantaron el domingo pasado con la idea fija de pararlo a como hubiera lugar. Si así fuera, significaría que buena parte de los 4,6 millones de votos que alcanzó Boric se explican no tanto porque lo quieran a él, sino porque no quieren ver ni en pintura en la política chilena a una figura como Kast. En este sentido, lo que vimos habría sido una parada de carro monumental.