Columna de Héctor Soto: Una mujer entre hombres
El cine de Kelly Reichardt florece en contacto con la naturaleza, con los animales, con los pájaros. De alguna manera esta historia también es un tributo al emprendimiento y una aproximación a los orígenes del capitalismo. Son dimensiones interesantes
Hay pocas figuras más interesantes que Kelly Reichardt en el cine de los últimos quince años. Destaca por muchos conceptos: por su singularidad, por su capacidad para organizar grandes relatos a partir de historias muy pequeñas, por haber entrado a la industria por la puerta de atrás, por su adicción al paisaje americano, por su nexo con la región del noroeste de los Estados Unidos, por su mirada a la amistad masculina, entre otros. Es la autora de dos cintas que bordean la maestría: Old Joy, la historia de dos amigos que van de camping por un fin de semana, donde no ocurre nada aunque los dos vuelven muy distintos, y de Wendy y Lucy, una extraordinaria y melancólica mirada a los Estados Unidos de los años 2000 a través de la experiencia de una chica que se dirige a Alaska para encontrar trabajo y queda en pana con su auto junto a la perra que la acompaña. Una película gloriosa, inspirada y excepcional donde la pongan.
Ayer Mubi estrenó el último trabajo de la Reichardt, First Cow. Fue considerada la película del año el 2020 por el Círculos de Críticos de New York, ha ganado varios galardones y es un retorno al mundo del western. La realizadora sigue anclada al noroeste, pero al noreste de los primeros tiempos de la conquista, 1820, en lo que más tarde sería el estado de Oregon. El suyo, sin embargo, no es un relato de pistoleros. Al revés, sus personajes no coinciden exactamente con los fenotipos de la épica del género. Uno es un hombre blanco, Otis Figowitz, que contratado como cocinero por tipos rudos del negocio de las pieles deserta de su empleo cuando establece amistad con un inmigrante chino que viene huyendo de cazadores rusos a los cuales puede haberles robado. Se caen bien, se hacen amigos, los dos son quitados de bulla y juntos van a emprender un negocio casi próspero, a partir de la leche que le roban al hombre fuerte del pueblo. Lo que hacen es ordeñar por las noches la primera vaca que él trajo a la zona. Otis es un gran cocinero y sabe preparar galletas que se venden muy bien entre los pioneros y junto a su amigo saca adelante el negocio con ingenio y esfuerzo. Lo pueden hacer, claro, hasta que el fraude queda al descubierto y el negocio se hunde. Pero la amistad no.
Hermosa película. El cine de Kelly Reichardt florece en contacto con la naturaleza, con los animales, con los pájaros. De alguna manera esta historia también es un tributo al emprendimiento y una aproximación a los orígenes del capitalismo. Son dimensiones interesantes. Sin embargo, al margen de eso, lo principal está en que pocos cineastas, hombres o mujeres, se han hecho cargo con tanta lucidez como ella de las fragilidades de la masculinidad. Ciertamente ese prisma contraría muchos de los supuestos del western. Los contraría, aunque también los enriquece, los diversifica y los expande.
En la actual industria del cine no debe ser fácil sobrevivir y desarrollar una obra coherente para una cineasta como ésta. Descontadas las adversidades del género, son muchos los realizadores de su generación -es una mujer de 57 años- que fueron quedando en el camino. Ella ha sobrevivido, aunque no todas sus películas tengan igual densidad. Pero ahí está: haciendo un cine relevante, arriesgado, desafiante y precioso, en el sentido exacto de la palabra.
First Cow está dedicada a Peter Hutton, un cineasta ya fallecido, que trabajó en los límites de la experimentación haciendo planos largos y silenciosos de paisajes y ciudades. Algo de esa legendaria radicalidad subsiste en esta realización.
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