Columna de Héctor Soto: ¿Valía la pena esperar tanto?
Denis Villeneuve, el director canadiense de Duna, que no es ningún pavo, que hizo tres o cuatros cintas interesantes, que soñó por años con labrar en este trabajo su Capilla Sixtina y que para hacerlo tuvo todo a su favor, ha sonado como arpa vieja.
Es la pregunta que cualquiera se hace al salir de las salas de cine -abollado, descompuesto, aburrido, de malas pulgas- luego de ver Sin tiempo para morir o Duna. Si, son experiencias que requieren pantalla grande y sonido no solo envolvente sino también atómico. También es cierto que, más que películas, son experiencias que zamarrean al espectador en términos de movimiento, ruido, color, efectos visuales y sensaciones que debieran hacerte temblar el espinazo.
Está bien, pero ¿eso es lo que vamos a buscar cuando vamos al cine? Hay quienes dirán que sí, que de eso justamente se trata. Pero hay otros que pensamos que no, que por ahí no corre al futuro, al menos de lo que hasta aquí llamábamos cine. Eso podrá ser una rama de los videojuegos, de la experimentación visual y auditiva de tercera generación, de la inmersión en los orígenes metafísicos o patafísicos del “comic”, pero -vamos- eso no tiene nada que ver con el cine. Menos aún con el “específico fílmico”, concepto en torno al cual se quebraron la cabeza los teóricos del séptimo arte en la primera mitad del siglo pasado.
Después de los largos meses de reclusión que hemos vivido, durante los cuales quizás consumimos más películas que nunca, siempre en soportes muy plebeyos, el riesgo de que los caminos de la gran industria del espectáculo en sala se separen definitivamente de los caminos de la realización fílmica es más inminente que nunca. Esto no es nuevo. Y es la gente la que tendrá que elegir. Elegir entre si ir a ver a Timothée Chalamet disfrazado de tonto y extraviado en los arenales oníricos de un cuento sobredimensionado, que es lo que entrega Duna, o ir a ver a Virginie Efira, en Un amor imposible, donde ella interpreta a una joven oficinista, judía, mujer de esfuerzo, que tiene la mala idea de enamorarse de un muchacho de “buena familia”, mundano y liberal, que aparte de seductor también es un narciso incorregible e incluso un psicópata de temer, según lo desarrolla la directora francesa Catherine Corsini en una cinta que es feminista, pero feminista en tanto prueba que el problema está no solo en él, que es un enfermo, sino también en ella, que es una mujer débil y cegada hasta extremos inaceptables.
Al final de lo que nos interesa de las películas son las situaciones, los dilemas conductuales y los personajes. De lo que vimos en los últimos meses, rescatamos los autoengaños de los profesores alcohólicos de Otra ronda, los minutos finales de Sweat (Mubi), donde no sabemos si esa influencer es tan tonta como habíamos supuesto, los cambios de percepción que experimenta el hijo del coronel de las SS cuando recorre -en El intérprete (estreno absoluto en digital de Arcadia Films esta semana) los parajes donde su padre asesinó a muchos judíos en Eslovaquia durante la guerra, las crepusculares fogatas de los desarraigados trabajadores de Nomadland, que apenas sobreviven en las carreteras norteamericanas, la imagen herida de Val Kilmer paseando sus miserias en presentaciones tristonas por el Medioeste en el documental Val, la figura ridícula del protagonista de El rey de Staten Island, que madura en dos semanas lo que no había madurado en años, en fin, los perdones entrecruzados de padre e hijo en esa joyita del cine palestino que es Invitación de bodas.
Denis Villeneuve, el director canadiense de Duna, que no es ningún pavo, que hizo tres o cuatros cintas interesantes (Incendios, La sospecha, Blade Runner 2049), que soñó por años con labrar en este trabajo su Capilla Sixtina y que para hacerlo tuvo todo a su favor, ha sonado como arpa vieja. Era un enorme desafío el suyo y -vaya novedad- la cinta se le salió de control y se lo termina comiendo. Es lamentable, claro, porque era un cineasta atendible. Pero también aleccionador, porque a su edad debería saber en lo que se estaba metiendo.
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