Columna de Hernán Larraín: Navidad y el regalo que se espera
Hoy el mundo recuerda el nacimiento de Jesús, figura esencial del cristianismo, con una fiesta religiosa central para quienes somos sus seguidores e incluso para quienes no lo son. Sus principios y valores morales tienen reconocimiento universal y esta conmemoración forma parte de una tradición generalizada que trasciende el marco de la fe. Tanto, que algunos creyentes reclaman la pérdida de su sentido, ya que por los regalos que se entregan o por los símbolos que la caracterizan, Santa Claus y el árbol de pascua, más parece ser de índole comercial o pagana.
Con todo, algo produce este día que es insoslayable, más allá de su materialidad o aparente asepsia, que marca.
A mí me hace recordar ese cuento de Charles Dickens, Un cuento de Navidad, que formó parte de mis lecturas juveniles y que ronda en mis nostalgias navideñas. Esta breve novela narra lo que le sucede a un anciano prestamista, Ebenezer Scrooge, “un viejo pecador que extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, rebañaba, apresaba” a la gente, en palabras del escritor, que tiene en la víspera encuentros con los “fantasmas de la Navidad”, que no son otros que imaginarios de sí mismo, como la avaricia, el egoísmo, o la indiferencia ante la dura pobreza o la niñez desvalida que lo rodea. A raíz de estas visitas de fantasía, sus ojos vislumbran una visión dolorosa de su muerte por haber vivido en forma “malvada y tacaña”. Al despertar de este espectro onírico, realiza una profunda introspección y compromete convertirse en un hombre generoso y amable.
Estas imágenes revelan el universo de Dickens y sus angustias frente a la miseria infantil de Londres, el narcisismo o la tolerancia social de la ignorancia y de las necesidades de las personas. La transformación configura para algunos expertos literarios una alegoría de la redención, pues los peores pecadores pueden redimirse, mensaje medular del cristianismo.
Mirando nuestra realidad actual, llena de tragedias y amarguras como lo son los fuertes “temores” personales a enfermarse física o mentalmente, llegar a viejo, quedar cesante, advertir indefenso la violencia en las calles, sufrir soledad, abandono e invisibilización de su destino como la experimentan muchos que perdieron la confianza o carecen de horizonte, la navidad Dickeniana lleva a la reflexión y enciende una luz que encamina a la salvación.
Sobre esta misma sensación de “miedo” existencial en que aparecemos sumidos, Byung-Chul Han en su última obra, El sentido de la esperanza, advierte del riesgo de sucumbir en ese sentimiento porque “donde hay miedo es imposible la libertad”, en tanto la esperanza “nos brinda sentido y orientación”. Sin ser cristiano, el filósofo coreano pone atención sobre la tendencia de muchos a concentrarse en la muerte, ante lo cual antepone “el pensamiento de la esperanza (que) no se rige por la muerte, sino por el nacimiento”.
Concluye afirmando que “la andadura del pensamiento esperanzado no es el ‘adelantarse hacia la muerte’, sino adelantarse hacia el nuevo nacimiento. La clave fundamental de la esperanza es la venida al mundo como nacimiento”.
La esperanza, el regalo que esperamos.
Por Hernán Larraín F., abogado y profesor universitario
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