Columna de Horacio Salinas: A Patricio Manns en su memoria
Con la partida de Patricio siento también que se va cerrando aquella puerta grande y sonora, de estridencia mundial, como fue la Nueva Canción Chilena.
No sé si es pesar, dolor o la emoción de su presencia única y por tanto tiempo, lo que me invade en esta circunstancia final en la vida de Patricio. Creo que el tiempo de su vida no le dejó lugar al descanso si lo medimos en libros, artículos, amores, invenciones, canciones, poemas e ingestiones poderosas de los mostos que hacen famoso a este país.
Pero he sabido que murió en paz, que su última palabra fue para confesarle a Liselotte, su hija, que sentía la cama blanda y tibia. Luego un suspiro y hasta pronto o hasta siempre como es su caso.
Patricio fue, junto a Violeta, Víctor Jara y Rolando Alarcón un pilar fundamental en la historia de la canción en el siglo XX. Su rigor en la escritura de las imágenes de sus canciones nos sorprenderá por generaciones. No en vano Nicanor Parra dijo una vez que canciones como Arriba en la cordillera se escribían “una vez a las quinientas”. O el gran músico cubano Leo Brouwer que expresó admiración por la invención armónica de su canción Cuando me acuerdo de mi país, escrita en Cuba durante su exilio.
A finales de los años sesenta, mientras yo estudiaba en el Conservatorio en Santiago, escuché de boca de Gustavo Becerra, relevante músico académico, decir que la mejor canción chilena que había escuchado era Valdivia en la niebla de Patricio Manns. Digo todo esto, quizá para enfatizar la inexcusable distracción que ha tenido el Estado con su figura al no otorgarle la máxima distinción, el Premio Nacional, que tanto añoraba. Sus canciones y sus libros son aquellos objetos de primera necesidad que nos trasladan a mundos de ensoñación que son refugios indispensables en la a ratos dura vida de los seres humanos.
Con la partida de Patricio siento también que se va cerrando aquella puerta grande y sonora, de estridencia mundial, como fue la Nueva Canción Chilena.
Con Patricio teníamos varias cosas en común que hicieron de nuestra relación algo fraternal, natural, como si de hermanos se tratara. No solo más de cuarenta canciones que nacieron con fuertes emociones compartidas, como Vuelvo y Medianoche, sino la idea que el sur de Chile nos hermanaba, la Cordillera de Nahuelbuta, en su caso y la Araucanía en el mío, Lautaro, mi ciudad. Me decía Patricio que cuando subía a la cima de esa cordillera podía divisar mi pueblo y diez volcanes. Yo le creía. También bromeaba que éramos de verdad hermanos porque su madre, que fue compañera de mi madre en la gloriosa Escuela Normal de Angol en los años treinta, había compartido un tiempo con mi padre y viceversa. En fin. Manns gran fabulador. Hace unos cuantos meses me envió un texto que escribió para el aniversario de la muerte de Federico García Lorca, se llama El Cuando de García Lorca. Allí escribe magníficamente el trayecto de Lorca hasta su tumba. Yo escribí una música con un dejo andaluz. Fue nuestra última canción juntos.
Hoy se me vienen en mente algunas de las canciones que nacieron de nuestra amistad artística. Una en particular, que nos produjo un sobresalto de fuerte emoción en el exilio, la escribió sobre una música que yo había hecho para un filme, Palimpsesto. Hoy la cantamos sin instrumentos, como un coro pulcro que confiesa un noble pensamiento que tenemos quienes venimos cantando desde aquellos lejanos tiempos de la Nueva Canción:
“Si nos va a arder la gana en toda luna
Y hemos de andarla juntos tierra a tierra
Que en las raíces, Libertad nos una”.
* Horacio Salinas / Músico y director musical de Inti-Illimani Histórico
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