Columna de Hugo Herrera: Elogio de la mediocridad o la lucidez de don Luis Galdames
Nuestra crisis tiene forma vertical. Los discursos y las élites van por un lado y la situación popular por otro. Si la oligarquía de fines del siglo XIX y comienzos del XX abandonó el campo, encerrándose en mansiones de Santiago y París, hoy las élites se aíslan, unas en Las Condes-Vitacura, otras en Ñuñoa-Providencia. En los discursos, el economicismo de la derecha Chicago-gremialista y el moralismo de la izquierda académico-frenteamplista, dejaron de hacer sentido y hastiaron. En eso estamos. Eso, y crisis económica, un gobierno sin fuerza de impulsión y una sequía que compromete la vida territorial.
El acuerdo del 15 de noviembre fue un primer paso. El problema es que la crisis es, precisamente, de élites y discursos. Y la Convención 1 se llenó de ellos: dirigentes radicalizados, solazándose en ideas abstractas, en moralina de profesores de derecho, de cuanta causa parcial y divisiva existiera. Perdieron la compostura. Loncón, Stingo, Bassa, Atria, etc. tuvieron la capacidad de convertir un 80 por ciento de apoyo en un 62 de rechazo.
La Convención 2 parte más modesta, con menos miembros, apoyados por especialistas. Los partidos tendrán protagonismo. Probablemente habrá menos fiestas y las sesiones perderán histrionismo. El mismo hecho de que los partidos sean ejes del asunto, le dará al proceso un carácter pedestre, sin frases al viento y esfuerzos de auto-escenificación. Serán los usuales dirigentes que han venido siendo golpeados, pero que a golpes han ido percatándose de la hondura de la crisis.
¿Quién se acuerda de los constituyentes del 25? Y ahí estaba Luis Galdames, melipillano, tan sobrio como lúcido. Pedagogo y abogado, perteneció a la “Generación del Centenario”, una cohorte de ensayistas -Encina, Edwards, Tancredo Pinochet, Alejandro Venegas, entre ellos- capaces de diagnosticar la crisis de su época y atisbar caminos de salida.
“La Carta Fundamental de una nación -decía Galdames- no ha de ir a buscarse ni está en los libros, ni en las constituciones de otros Estados, sino en la realidad social, en la realidad humana de las necesidades sociales, en la necesidad de satisfacer las exigencias de la época y de dar libre expansión a todas las energías nacionales”. Más que asunto de doctrinarios o moralistas, ha de ser símbolo y cauce eficaz de expresión de la situación, base de integración y despliegue del pueblo y el territorio. Requiere especialistas, pero además capacidades comprensivas y también artísticas: de producir lo que todos de alguna manera sienten, pero nadie logra decir aún con claridad.
Esa sobria lucidez fue el primer paso para sacarnos de la “Crisis del Centenario”, con una Constitución sencilla, breve y realista, que reforzó la Presidencia de la República y sentó las bases de un incipiente Estado social. Cuatro décadas de República mesocrática le debemos a individuos como Galdames.
Por Hugo Herrera, profesor titular de la Facultad de Derecho UDP