Columna de Hugo Herrera: Góngora y los jóvenes del 38: Una historia muy actual
La llamada “Generación del 38″ es un contingente descollante. En ella se discierne con cierta claridad un grupo más ligado a la política de otro más cercano al estudio. Entre los primeros están Frei, Jorge Prat, Leighton; entre los segundos, Jaime Anguita, Gonzalo Rojas, Miguel Serrano, Óscar Castro y “Los inútiles”, Iommi, Alberto Cruz y los arquitectos de la UCV; los filósofos Finlayson, Millas, Luis Oyarzún, Gandolfo.
El segundo lote destaca, más que por obras, por sus rendimientos culturales, por el esfuerzo de pensar a Chile y América con base en la historia y las ideas de autores románticos y existencialistas. Hay un impulso hacia la realidad concreta, por sobre los moldes decimonónicos de cuño racionalista y positivista. Un esfuerzo por penetrar las honduras de la existencia, por desentrañar su misterio. Son búsquedas de carácter vivencial, estético y religioso. Sus motivaciones los llevan a romper con las generaciones previas, a las que desdeñan, salvo excepciones, como doctrinarias y desarraigadas.
Mario Góngora ocupó un lugar central en su generación. Como a Juan Gómez Millas, le afectó la tensión entre el intelectual y el político. Góngora participa inicialmente en la sección socialcristiana de los jóvenes del 38: la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, de la que fue vicepresidente. Dirigió además su órgano de prensa, la revista Lircay. Pero es permanente en él la tensión y duda de la aptitud de esas organizaciones para expresar con eficacia sus búsquedas vitales.
En algún momento, todo estalla. Góngora deja Lircay, la ANEC y el país. Nunca, sin embargo, abandonó del todo la política. Su último libro, escrito en 1981, es el más político de sus textos: el Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile.
Ese libro es una de las proyecciones de mayor alcance de la generación. Góngora sostiene ahí que en Chile el pueblo fue formado por el Estado, gracias a instituciones enraizadas: la escuela, la administración pública, las Fuerzas Armadas. Desde los años 60, sin embargo, la política nacional fue afectada por ideologías muy abstractas, “planificaciones globales” las llamó. La última de ellas, la de “los discípulos de Friedman”, se impuso en la dictadura, produciendo el desmantelamiento del Estado. Del mismo Estado que había forjado la nación. El desmantelamiento, advirtió Góngora, tendría consecuencias funestas: el debilitamiento en la “conciencia cívica” nacional y la pérdida de legitimidad de las instituciones. Fue eso lo que terminó desencadenando las crisis de 2011 y 2019, de las cuales aún no acabamos de salir. Cabe apreciar así el significado del estudio de la historia larga del país cuando se lo acompaña de herramientas interpretativas como aquellas de que dispuso Góngora, y que incluían autores de la talla de Jaspers, Heidegger, Spengler, Dilthey, Schelling y Hölderlin.
Por Hugo Herrera, autor de El último romántico: El pensamiento de Mario Góngora (Crítica, 2023)
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