Columna de Hugo Herrera: Mario Góngora: romántico y visionario
Góngora fue historiador, pero también participó en política, la estudió, fue teórico del derecho y filósofo. En los últimos años ha tenido lugar un movimiento de rehabilitación del humanista. Desde la publicación de “Mario Góngora: El diálogo continúa…”, colección de ensayos editada por G. Geraldo y J.C. Vergara, el proceso se ha intensificado. En ese libro participaron historiadores, juristas y filósofos, entre los historiadores, tres de los más influyentes discípulos (en sentido amplio) de Góngora: J. Fermandois, A. Jocelyn-Holt y G. Salazar. Luego Somarriva, Yávar, Stevenson, Saelzer, Trujillo y un largo etcétera de autores nuevos y viejos, venidos de diversas disciplinas, lo estudian y tratan de comprenderlo no solo a él sino, con él, el presente. D. González Cañete publicó “Una revolución del espíritu”, acerca de la juventud ideológica de Góngora, también complementando el trabajo biográfico de P. Arancibia. Han aparecido nuevas ediciones de su “Diario”, su “Tesis”, está por publicarse la 2ª edición de “El Estado en el Derecho Indiano”. J. C. Vergara escribe una investigación doctoral sobre su pensamiento y prepara una recopilación de textos de difícil hallazgo del autor, que debiese ver la luz en 2024.
¿Por qué el interés en un escritor más bien parco y denso, que le hacía el quite incluso a las apariciones públicas?
Góngora fue hacia las capas tectónicas de la historia. De la historia fáctica y la historia de las ideas. Además, y esto se relaciona estrechamente con lo anterior, se hundió en la filosofía, se ocupó intensa y conmovedoramente con el drama existencial de su tiempo, e intentó iluminarlo de la mano de filósofos principales.
Góngora puede ser llamado un romántico. Un romántico tardío. Junto con Schelling y Müller, Hölderlin y Burke reparó en que individuo y Estado tomados por sí mismos son abstracciones. Lo que existe, mucho más, es vida, una vida en tensión. En esa tensión, individuo y Estado son polos, irreductibles e inseparables. Si no hay Estado sin individuos que lo constituyan, no hay individuo sin Estado, al que porta en su interior ya como lenguaje y maneras de pensar y sentir.
De la crisis o florecimiento de uno depende la crisis o florecimiento del otro. Hace cuatro décadas, Góngora no solo criticó el esfuerzo marxista de reducir el individuo al Estado. Además, detectó la decadencia institucional en la que sumiría al país el economicismo de la dictadura. El desmantelamiento del Estado produciría un deterioro en la consciencia cívica en una nación en cuya conformación la institución había jugado un papel decisivo. Se adelantó cuatro décadas dando con los fundamentos del estallido de octubre. Y en esas penetrantes observaciones también (es lo que trato de probar en un trabajo más largo) cabe encontrar elementos decisivos por los cuales orientar una salida a la crisis social y política en la que nos hallamos.
Por Hugo Herrera, profesor titular Facultad de Derecho UDP
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