Columna de Ian Bremmer: EE.UU. y China, un conflicto cada vez más difícil de evitar

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, asiste a una reunión bilateral con el presidente de China, Xi Jinping, durante la cumbre de líderes del G20 en Osaka, Japón, el 29 de junio de 2019. Foto: Reuters


Por Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group y GZero Media.

Los presidentes Joe Biden y Xi Jinping lograron contener las tensiones entre Estados Unidos y China en 2024, pero cuando Donald Trump vuelva a la Casa Blanca a finales de este mes, romperá esta frágil estabilidad, impulsando una desvinculación no gestionada de la relación geopolítica más importante del mundo y aumentando el riesgo de perturbaciones y crisis económicas mundiales.

Trump iniciará su segundo mandato como presidente de EE.UU. anunciando nuevos aranceles a los productos chinos para forzar un nuevo acuerdo económico con Beijing. Estos nuevos aranceles no alcanzarán el nivel arancelario general del 60% con el que amenazó durante la campaña electoral, pero es probable que la tasa máxima sobre todas las importaciones chinas se duplique hasta cerca del 25% a finales de 2025.

Los líderes chinos, por su parte, responderán con más contundencia y ofrecerán menos concesiones que durante el primer mandato de Trump, a pesar de la continua debilidad de la economía china. Temen que un enfoque conciliador avive la ya creciente ira pública en China al parecer aceptar una humillación nacional. Si su enfoque más constructivo hacia EE.UU. del año pasado sólo les trajo el regreso del “hombre de los aranceles” Trump y más de sus amenazas, bien podrían preguntarse, ¿por qué atenerse a un camino pragmático? Las amenazas de Trump son las últimas de una larga serie de agresiones de Washington que confirman las sospechas de muchos en Beijing de que los responsables políticos estadounidenses están decididos a contener el ascenso de China como gran potencia.

Los presidentes Xi y Trump esperan dar prioridad a la política interior este año. Foto: Reuters

El más delicado de todos los temas en las relaciones chino-estadounidenses es la política tecnológica. Beijing se opone a lo que considera intentos estadounidenses de congelar el desarrollo tecnológico de China para frenar el ascenso económico del país. El equipo de seguridad de Trump añadirá más empresas chinas a la llamada lista de entidades, dificultándoles la concesión de licencias, y ampliará los controles a la exportación a más sectores económicos. Trump también seguirá el ejemplo de la administración Biden al restringir la exportación de chips informáticos avanzados a las empresas tecnológicas chinas. Beijing ya ha mostrado su disposición a tomar represalias contra estas medidas comerciales y de inversión, restringiendo la exportación de minerales críticos y la tecnología utilizada para procesarlos. Los minerales críticos son vitales para la producción de una amplia gama de tecnologías modernas, incluidos los motores de los autos eléctricos, los computadores y algunos productos que Washington considera esenciales para la seguridad nacional estadounidense.

Aunque no corren el riesgo de una invasión china en 2025, las disputas sobre Taiwán también harán más tóxicas las relaciones entre Estados Unidos y China este año. Aunque el propio Trump no parece interesado en Taiwán, los miembros más belicistas de su nuevo equipo, entre ellos el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, y el asesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, presionarán no sólo para estrechar los lazos de EE.UU. con Taipei, sino también para que EE.UU. garantice de forma más explícita la seguridad de Taiwán. Esa es una luminosa línea roja para Beijing.

Por ahora, los dirigentes chinos creen que sus tácticas de presión han mantenido a raya al presidente nacionalista de Taiwán, William Lai, y probablemente tengan razón. La economía de Taiwán sigue siendo fuerte y Lai no necesita provocar a China para aumentar su popularidad. Pero si Beijing percibe que Taipei ha dado pasos sustanciales hacia una mayor independencia de facto o si Washington cruza cualquiera de las otras líneas rojas de China -si el jefe de la diplomacia estadounidense visita la isla o buques de la marina estadounidense anclan en un puerto taiwanés-, China podría escalar militarmente mediante un bloqueo o la toma de una de las islas exteriores de Taiwán. Estos riesgos aumentarán a medida que se acerquen las elecciones taiwanesas de 2028 y Pekín aumente la presión para evitar otra victoria de Lai.

Ni China ni Estados Unidos quieren una crisis en 2025. Los presidentes Xi y Trump esperan dar prioridad a la política interior este año. Xi se enfrenta a serios retos económicos, una creciente preocupación por la estabilidad social y un liderazgo militar en desorden. Trump quiere evitar cualquier problema que pueda hundir la bolsa estadounidense y espera cerrar acuerdos que aumenten la confianza en su liderazgo. Con un gobierno unificado y el control consolidado de su partido, Trump está en mejor posición que Biden para garantizar que Washington hable con una sola voz.

Pero no hay base para un acuerdo que fortalezca las relaciones más amplias entre Estados Unidos y China. Beijing puede ofrecer comprar más productos agrícolas y exportaciones energéticas estadounidenses. Puede facilitar las cosas a las empresas estadounidenses que quieran hacer negocios en China. Xi puede dar luz verde a más inversiones chinas en Estados Unidos e incluso desempeñar un papel de apoyo más activo para lograr un alto el fuego en Ucrania. Pero estos gestos constructivos no satisfarán a Trump y a los halcones de su administración, que creen que el ascenso de China es malo para Estados Unidos. La determinación de Trump de aumentar la presión sobre China y su tambaleante economía empujará a los líderes chinos en la dirección opuesta.

Dos comodines se ciernen sobre los lazos entre Estados Unidos y China este año: el propio Trump y su nuevo asesor favorito, Elon Musk. Trump podría intentar establecer una mejor relación personal con el presidente Xi. Los numerosos intereses comerciales de Musk en China podrían convertirle en un útil intermediario. Pero las fuerzas que empujan a Estados Unidos y China en direcciones opuestas son mucho mayores que cualquiera de estas posibilidades, y es probable que ninguna de ellas determine el resultado.

Los efectos de la próxima ruptura de relaciones se dejarán sentir en todo el mundo. La mayoría de los países no tienen interés en una nueva Guerra Fría, por lo que es poco probable que se produzca a corto plazo. Pero aliados clave de Estados Unidos y socios comerciales como Japón, Corea del Sur, México y la UE pueden verse cada vez más obligados a elegir bando -al menos en el creciente número de ámbitos relacionados con la seguridad nacional- y con un costo significativo para sus economías.

Ni China ni Estados Unidos quieren una confrontación costosa en 2025, pero las primeras señales procedentes tanto de Beijing como de Washington nos muestran que cada vez es más difícil evitar el conflicto.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.