Columna de Ian Bremmer: Rusia y Occidente ya están en guerra
Por Ian Bremmer es presidente de Eurasia Group y GZERO Media.
La invasión rusa de Ucrania ha creado una enorme incertidumbre para decenas de millones de personas, pero hay una cosa de la que podemos estar seguros: Rusia y Occidente están ahora en guerra. Los funcionarios estadounidenses y europeos seguirán diciendo que quieren evitar un conflicto militar directo entre la OTAN y los combatientes rusos, pero las sanciones económicas históricamente severas impuestas a Rusia, el suministro occidental de armas sofisticadas y mortíferas a los combatientes ucranianos y el esfuerzo estadounidense y europeo por aislar al régimen del presidente Putin a largo plazo equivalen a una declaración de guerra.
Este es un momento decisivo para el mundo. Suponiendo que la OTAN y los rusos sean capaces de evitar una confrontación militar directa, y salvo que Putin se retracte de forma cada vez más difícil de imaginar, Rusia y Occidente se enfrentan a una nueva Guerra Fría. En muchos aspectos, esta confrontación será menos peligrosa que la versión del siglo XX, pero en otros aspectos, existe un riesgo mucho mayor para todos estos países y para toda la economía mundial.
Menos peligroso
Un nuevo enfrentamiento entre Rusia y Occidente será menos peligroso principalmente porque Rusia no es la Unión Soviética. El producto interno bruto de Rusia es menor que el del estado norteamericano de Nueva York, y es probable que las sanciones reduzcan su ya estancada economía en un 10% o más durante el próximo año. El sistema bancario del país corre el riesgo de colapsar. En un mundo globalizado, eso es importante. La Unión Soviética y sus satélites de Europa del Este estaban principalmente aislados de la presión económica occidental por la desconexión entre sus sistemas económicos. Hoy, Europa se mantiene unida y firmemente (aunque no siempre del todo) alineada con Estados Unidos, mientras que las antiguas repúblicas soviéticas luchan de diversas maneras para resistir el tirón de Putin.
Además, la Unión Soviética tenía un verdadero atractivo ideológico para los pueblos y los políticos de todas las regiones del mundo. La Rusia actual, que no tiene una ideología concreta, no tiene aliados con los que comparta valores políticos. Tiene Estados clientes y dependientes. Cuando la Asamblea General de la ONU votó el 2 de marzo sobre si condenar su invasión de Ucrania, sólo Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea votaron con Rusia (Venezuela estaba en mora en la ONU y no pudo votar). Incluso Cuba se abstuvo en lugar de respaldar la demostración de fuerza de Putin.
¿Pero qué pasa con China? Los líderes y medios de comunicación occidentales se han preocupado por el fortalecimiento de los lazos entre Rusia y el gigante emergente. Incluso aquí, las opciones de Rusia son menos que ideales. Los dos países comparten el deseo de limitar la influencia internacional de Estados Unidos y el riesgo de una mayor confrontación con ambos países por parte de Europa. Pero Rusia es en gran medida el socio menor en esta asociación de conveniencia. La economía china es diez veces mayor que la rusa, y aunque China estaría encantada de ayudar a sostener a Rusia comprando el petróleo, el gas, los metales y los minerales que ya no puede vender a Occidente, Beijing sabe que será el único amigo importante de Moscú y querrá precios rebajados en todas estas materias primas.
Y lo que es más importante, el futuro de China radica en su creciente fortaleza económica, que dependerá de que continúen los lazos pragmáticos con Estados Unidos y la UE para proteger sus intereses comerciales a largo plazo. Beijing no condenará la invasión rusa, pero es probable que cumpla con al menos algunas de las sanciones occidentales sobre su economía en nombre del apoyo a la soberanía de Ucrania y a su propia cuenta de resultados.
Más peligroso
Sin embargo, en los años 70 y 80, los líderes estadounidenses, europeos y soviéticos fueron capaces de construir barreras que impidieron que las numerosas guerras en Asia, África y América Latina desencadenaran un increscendo catastrófico en Europa. En particular, el tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. La nueva infraestructura diplomática y las medidas de fomento de la confianza entre Occidente y la Rusia de Putin tardarán años en construirse.
Mientras tanto, las armas de la Guerra Fría se han vuelto más peligrosas. Es imposible conocer la verdadera profundidad y escala de las capacidades cibernéticas de cada bando, pero sabemos que ambos tienen armas digitales cada vez más sofisticadas que no han utilizado, incluyendo algunas que podrían apuntar a sistemas financieros, redes eléctricas y otras infraestructuras esenciales con efectos devastadores. Las armas cibernéticas no matarán a tanta gente como una cabeza nuclear, pero es mucho más probable que se utilicen como herramientas de guerra abierta. Son menos costosas, más fáciles de diseñar, más ampliamente disponibles y más fáciles de ocultar que las armas pesadas que ensombrecieron la segunda mitad del siglo XX.
También permiten a Rusia practicar formas de guerra de información que no estaban al alcance de los espías de la era soviética. Las elecciones francesas del mes que viene ofrecerán una primera oportunidad para probar nuevas estrategias. Las elecciones intermedias de Estados Unidos en noviembre -y sus elecciones presidenciales de 2024- serán objetivos muy tentadores a largo plazo.
Por ahora, todos los ojos están puestos en Ucrania. Las tropas y la artillería rusas seguirán intentando poner ese país bajo el control del presidente Putin. Éste no ha mostrado ninguna voluntad de dar marcha atrás. Pero millones de ucranianos seguirán luchando, incluso si los soldados rusos se apoderan de todo el territorio de su país, y los líderes occidentales seguirán apoyándolos. Las sanciones más duras de la historia seguirán vigentes y, de hecho, aumentarán. En el camino hacia una nueva Guerra Fría, ya no hay vuelta atrás.
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