Columna de Ignacio Aravena: Al borde del abismo
Valparaíso ha vuelto a ser parte de la agenda pública en el último mes. Lamentablemente, en vez de ser por el progreso logrado en dos décadas desde su declaración como Patrimonio de la Humanidad, la discusión sigue centrándose en su declive. Y es que, a pesar de proyectos ícono que busquen catalizar el desarrollo, los hechos nos dan cuenta del abandono producto de la falta de liderazgo y de una hoja de ruta clara que guíe su desarrollo.
La otrora Joya del Pacífico hoy es sinónimo de adjetivos negativos como descuido, delincuencia, pobreza y abandono. La situación ha decantado incluso en que existe el riesgo de perder el estatus patrimonial ya que la falta de inversión no permite cumplir con los objetivos de esta categoría. En este contexto, la vacancia comercial y habitacional es alta, las incivilidades siguen al alza y toda actividad de desarrollo ha decaído, incluyendo la portuaria y el turismo. En síntesis, la ciudad está al borde del abismo.
Lo anterior se puede asociar tanto a una clase política con poca capacidad de planificación y liderazgo, como también a la ciudadanía que ha influido negativamente en el estado de la ciudad. Por un lado, y a pesar de las campañas electorales que tenían a la reactivación económica como un eje relevante, la falta de planes para reactivar la economía han incidido en que no haya cambios significativos en la situación porteña. Por otro lado, las protestas y destrucción de espacios públicos también han profundizado su deterioro. Ello trasciende a la quema de inmuebles durante el estallido social, sino que también la serie de edificios y espacios públicos rayados y vandalizados a lo largo de la ciudad dan cuenta de un declive normalizado y gatillado por sus propios habitantes.
Estos problemas ya han sucedido en otras ciudades en el mundo, como es el caso de las protestas de Detroit, las incivilidades de Nueva York y la crisis de violencia urbana en Singapur, por mencionar algunos. Justamente, las ciudades que han superado estas crisis se distinguen por contar con líderes proactivos y vinculantes con distintos sectores para generar un hilo conductor en toda acción que promueva el desarrollo local.
Por ejemplo, en Nueva York se crearon planes de seguridad y de revitalización urbana para recuperar espacios públicos mientras se catalizaban inversiones entre el sector público, el privado y la academia para promover el crecimiento económico y la estabilidad social. En Singapur se diseñaron acciones en seguridad, fomento de la educación y prevención de la corrupción mientras se atraían empresas para revitalizar la economía. En paralelo, en Detroit la crisis se enfrentó con proyectos aislados y sin promover el bienestar de la población, situación que conllevó a una vacancia habitacional de más del 25% que persiste hasta hoy, asociando también altas tasas de criminalidad que la ranquean en el top 3 de Estados Unidos.
En concreto, sin un plan claro y esfuerzos mancomunados la inversión en proyectos como la restauración de la Bolsa de Valores y el tradicional inmueble de Banco Estado en calle Prat no tendrán un efecto permanente, inclusive si generan nuevos empleos en la ciudad. Y es que éstos no cambian el hecho de la persistente inseguridad, la dependencia económica al puerto y la falta de un plan económico que perpetúa el estancamiento de actividades como el turismo y el comercio -cuyo último caído fue el cine Hoyts hoy transformado en un mall chino-.
Valparaíso adolece de liderazgo y planificación, factores claves en explicar su decadencia. Necesitamos con urgencia de un correlato que revierta la tendencia actual, lo cual requiere de una hoja de ruta a largo plazo que trascienda la contingencia política y las decisiones cortoplacistas y que involucre a todos los actores, incluyendo a las autoridades locales, regionales y nacionales, el sector privado y la ciudadanía. Y es que sin un plan de rescate Valparaíso ya no solo se aproximará, sino que derechamente se caerá al abismo.
Ignacio Aravena, investigador Fundación Piensa