Columna de Jaime Abedrapo: Cuando la libertad pierde sentido
Se suele señalar que asistimos a un mundo incierto, inseguro y rodeado de desafíos de distinta naturaleza, lo que muchos describen como policrisis, pero personalmente me atrevería a sostener que, mirado desde Occidente, ¡estamos en un proceso de decadencia!, cuya principal causa sería el extravío de la concepción de libertad, su sentido y alcance. Ello replantea una nueva definición de civilización en tiempos de lo que muchos han denominado cambio de época.
Esta decadencia está en medio del proceso de transición de un mundo moderno hacia un nuevo ethos cultural que, con luces y sombras, deja en evidencia que las actuales instituciones no responden a las relaciones interpersonales actuales, ni interestatales. Sin embargo, la dificultad no es solo una cuestión de ajuste desde la perspectiva de eficiencia y eficacia como lo observaría el racionalismo, sino que es un asunto relativo a la percepción de libertad sin límites, se limita al cumplimiento de deseos subjetivos.
En efecto, vivimos la exigencia de individuos por una total emancipación de sus voluntades frente a todo referente moral. La autonomía de la voluntad como una extensión de los planteamientos de los libres pensadores ha llegado a normalizar el egocentrismo, el cual se manifiesta en el individualismo galopante de nuestros días, en la confusión manifiesta entre derechos e intereses y en la reivindicación de una suerte de “ética” personal, cuya consecuencia más evidente es la anomia o desinterés por acatar la norma. En los hechos, la corrupción se expande y las organizaciones ilícitas se transforman en células cancerígenas del sistema democrático.
Desde un libre pensador contrario a las ataduras del poder, pasamos al prototipo del sujeto arrogante, vacío de empatía, pragmático y hedonista sin complejos. Este tipo de individuo se ha multiplicado y reconocido como un “sinvergüenza” a la moda, ya que suelen gozar de reputación social tanto en el ámbito público como el privado. Es el referente “exitoso” que alcanza el poder y el “prestigio” social.
El resultado de este creciente acervo cultural ha sido la erosión del tejido social, la imposibilidad de presentar visiones de futuro compartidas, la ampliación de la atomización de la sociedad y una mayor desconfianza frente a los demás y a las instituciones.
La forma de ser en los tiempos del cambio de época está en la disociación entre la norma y el deber ser; en no hacer uso de la razón para la comprensión de nuestro entorno, y menos para elaborar respuestas ante los fenómenos que hoy desbordan a las instituciones de la República, tales como el crimen organizado y delincuencia amplificada.
En consecuencia, lejos de estar inmersos en un camino de mayor libertad, hemos vaciado el sentido de nuestras vidas. Sin embargo, es nuestra razón la que nos abre la esperanza de enmendar la concepción de la libertad para que sintonice nuevamente con los trascendentales: lo bueno, lo bello y lo verdadero.
Por Jaime Abedrapo, director del Centro de Derecho Público y Sociedad USS
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