Columna de Jaime Abedrapo. Democracias vacías
En 2024 se cumplen ochenta años de los acuerdos de Bretton Woods, que establecieron el sistema de gobernanza económica internacional.
En 1944 se modeló la estrategia de desarrollo de Occidente que a casi 80 años vale la pena evaluar. Primeramente cabe constatar los cambios que promovió y el impacto que ha tenido sobre el propio sentido de nuestras vidas en las democracias liberales, las cuales se han visto perplejas entre cautelar un régimen de legitimidad sustentado en la protección y promoción de la persona humana,y dar continuidad a las directrices de una gobernanza internacional que invita a un modelamiento relacional interpersonal e intersocietal sustentado en el levantamiento de muros y esquemas de desarrollo que van creando condiciones para el desafecto y la deshumanización que hoy caracterizan el sistema internacional.
En efecto, en Bretton Woods se estableció la lógica de competencia y homogeneidad propia de la modernidad a escala global, con efectos que hoy se han transformado en desafíos globales, los cuales ponen en entredicho la supervivencia de la especie humana.
Todo indica que a la luz de los incentivos “económicos” individuales se tendió a crear una lógica insostenible respecto a las relaciones entre los pueblos, y al interior de estos, ya que la convivencia se ha visto en general erosionada por un sin sentido de comunidad (común propósito), y la relación es más bien entre el individuo y el mercado. Esta relación evidentemente se expresa en la insostenibilidad medioambiental. Por ello, podemos afirmar que la democracia actual se nos presenta enferma e ingobernable.
En tal sentido, la suma de intereses individuales no crea las condiciones suficiente para la existencia de un régimen que se sostenía sobre un fundamento político – ético, cuya centralidad estaba en la defensa y protección de derechos humanos, los cuales hoy se relativizan y se supeditan – como en antaño a las expresiones ideológicas modernas – ahora, a los intereses de los grupos de presión o corporativos que han modelado las directrices de la economía global, lo cual ha tendido a desvertebrar y/o desgarrar las relaciones entre las personas, viendo sus consecuencias en fenómenos políticos de segregación tras el levantamiento de cercos, muros y alambradas entre Estados, entre sociedades y entre personas según clase social – o etnia; un proceso racionalizador en el cual el objetivo ha estado centrado en el individuo, su competencia y su derecho a la acumulación, promovido por un sistema financiero especulativo desacoplado de la realidad de los trabajadores, asalariados e incluso desconectado de los ciudadanos.
En definitiva, hemos visto ampliada la desafección con la democracia liberal, ya que en su seno se han conformado sociedades “segregadas”, compuestas por grupos de interés y otros descartados del sistema económico, e impotente por acción u omisión frente a los fenómenos que mejor representan la vacuidad y banalidad de las democracias actuales, como la forma en que ella aborda el fenómeno migratorio, o el propio cambio climático.
Al respecto, cabe observar cómo la cuna de la noción moderna de derechos humanos y el modelo democrático, la Unión Europea, nos presenta una estrategia global para su política exterior y seguridad que se concentra en medidas restrictivas fronterizas, sin capacidad de acuerdos en el Consejo para tratar el tema migratorio, mientras que en el asunto de cambio climático se han mostrado sin voluntad de avanzar en lineamientos vinculantes a nivel mundial.
En efecto, la Unión Europea es un ejemplo excelso de la vacuidad de la democracia actual. Miramos atónitos como el “pragmatismo” sin convicciones diseña y se inclina frente las directrices de intereses particulares a costa de una mayor protección efectiva de las condiciones que afectan a las personas. Su quehacer (UE) ha estado centrado en ampliar la agenda de seguridad luego de la firma del Convenio Prüm, el Programa de La Haya, las comunicaciones de la Comisión Europea sobre fronteras exteriores marítimas y la lucha contra la inmigración irregular (desde 2006), Frontex y el Código de Fronteras Schengen, que es el perfeccionamiento del sistema de información.
Así se ha avanzado hacia la construcción del sistema de vigilancia Eurosur, con aparición de los grupos militares de intervención rápida y funcionarios de enlace de la inmigración. Todo ello sin pensar en las causas originan la inmigración.
Por otra parte, los azotes del cambio climático amenaza la preservación de la vida humana sobre la Tierra, mientras que las democracias optan por salvaguardar sus intereses competitivos, manteniendo un discurso amparado en esperanzas depositadas en el desarrollo tecnológico, es decir, una idea de progreso que en definitiva preserva los intereses corporativos sin responsabilizarse de reconducir políticamente el proceso de calentamiento global (Ebullición Global en términos del Secretario General de Naciones Unidas).
En consecuencia, urge nuevamente discernir respecto de los fundamentos de la democracia y como ello pudiera reorientar su disposición en materia de desarrollo en favor de las personas.
Por Jaime Abedrapo, Director del Centro de Derecho Público y Sociedad USS.