Columna de Jaime Bellolio: El acuerdo nacional que falta
En las últimas semanas, la educación volvió a la discusión pública. Nos alarman las cifras de estudiantes con inasistencia crónica, que no se pueden retener en las escuelas, no se matriculan, con deficiencias de estimulación temprana, de aspectos socioemocionales y con graves dificultades de salud mental. Sin contar, por supuesto, con los vacíos de aprendizaje, el drama de la no lectura -tanto por no saber hacerlo como por el no tener el hábito-, la falta de un plan para evitar la deserción, potenciar la educación inicial, la violencia presencial y digital, y así un largo etcétera.
Cosechamos los problemas de la extrema politización -desde lo partisano, no desde la polis- y de una discusión donde la evidencia tiene poca cabida. Las grandes consignas se medían en cuántas personas se movilizaban y colegios paralizaban, así como de los intereses gremiales y las estructuras. De los miles de profesionales de la educación y su trabajo en la sala de clases, muy poco. De los estudiantes y su aprendizaje integral, menos.
Es cierto, ha habido avances en materias complejas, como en carrera docente, en tutorías, en exigencias de formación, Liceos Bicentenario y tantas más. Pero lo cierto es que de aquellas ideas de política educativa que promovían unos jóvenes líderes estudiantiles -que hoy nos gobiernan- la mayoría se han aprobado en el Congreso, pero con resultados que en el mejor de los casos nos dejan en la misma posición que antes.
Adicionalmente, a quienes forman parte de este gobierno les pesa el que hasta hace unos pocos meses acusaban al ministro de Educación por querer retornar a las aulas, votaban en contra del kínder obligatorio, trababan la sala cuna universal, y ahora pretenden hacer menos evaluaciones -para uso diagnóstico y formativo- y entregar menos información. Y, por si fuera poco, resurge la violencia radical de “overoles blancos” a quienes no condenaron en el pasado, y que algunos -no el gobierno en este caso- quieren dejar actuar de forma impune.
Un proverbio antiguo decía que educar no es un vaso por llenar, sino un fuego por encender. Algunos estudiantes de ultraizquierda tomaron lo último de forma literal. Esa forma de nihilismo destructivo violenta la esencia de la educación, a sus docentes, a su comunidad, al “sabor de alma” que nos describía Mistral.
El gobierno tiene una oportunidad. Así como se han dado cuenta que “otra cosa es con guitarra” en ámbitos referidos a la seguridad, a la economía, los tratados internacionales, el manejo de la pandemia y varios más, ahora es tiempo que también lo haga en educación.
Claro, es más sensible para aquellos que surgieron de consignas estudiantiles, pero la urgencia educacional solo no es tan visible como la de seguridad porque sus efectos no son inmediatos.
El fuego a encender no es literal, es aquel que permita recuperar el sentido educacional, de formar personas libres, en su máxima potencialidad intelectual, emocional, física y espiritual.
Ese acuerdo nacional sí nos falta.
Por Jaime Bellolio, ingeniero comercial
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