Columna de Jaime Bellolio: Otra vez la política
De mis 42 años, un poco más de 20 he estado involucrado en política, en diferentes facetas: desde dirigencia universitaria, formación política, partido, diputado y ministro, siendo oposición y gobierno, en posiciones minoritarias e impopulares y en otras no tanto. Estoy lejos de ser un gran experimentado y menos aún alguien que pueda creerse mejor que generaciones actuales o pasadas. Sin embargo, en esta aún insuficiente experiencia, me ha tocado ver lo que considero un rápido decaimiento de la convivencia política.
Y con ella no me refiero exclusivamente a la que se da entre las autoridades y cargos electos democráticamente, sino también a la etimología misma de la política, de la polis o ciudad-Estado, las personas interactuando con la pluralidad, con los otros.
Es nuestra convivencia la que se ha deteriorado desde hace años, proceso que se aceleró y agudizó con el estallido y pandemia. Un ejemplo es lo que ha ocurrido con la pérdida de los espacios públicos, que terminan por alejar a los ciudadanos de aquellos lugares de encuentro social, transformándose en espacios de inseguridad, delitos y temor.
También es evidente en la forma y fondo de las discusiones políticas en el Congreso -con excepciones, claro-, en programas de TV y particularmente en redes sociales, donde prima el griterío en vez de la argumentación; donde se crean caricaturas antagónicas para generar efervescencia de la barra propia, cerrándose a cualquier tipo de reflexión sobre el argumento contrario, demostrando la fragilidad e inseguridad del propio.
En el libro “Cómo mueren las democracias” se nos advierte que éstas raramente mueren en un solo evento dramático -como sí ocurría en el pasado-, sino que es un proceso gradual. Y que hay cuatro indicadores fundamentales, como la negación de la legitimidad del oponente político, la vista gorda o el fomento de la violencia política, la erosión de la libertad de prensa y debilidad del Estado de Derecho.
En los últimos años hemos tenido de los cuatro ingredientes -el octubrismo en particular- con mayor o menor medida, cuestión que se ve agravada por la vivencia en la inmediatez, que pone en bajísima prioridad el compromiso político de mediano y largo plazo. Y existe una relación de ida y vuelta entre los ciudadanos y sus representantes -la discusión en la polis- que dificulta la cooperación, poniendo siempre la mira en el antagonismo, el malestar y la búsqueda de un supuesto culpable.
Pero no estamos tarde. Eso sí puede cambiar. Por supuesto que las autoridades políticas tienen la primera y mayor responsabilidad, especialmente en favorecer el diálogo y encuentro. También es tarea de la ciudadanía, que así como ha empujado por cambios, seguridad y orden, también lo haga por una mejor convivencia. Este domingo hay una oportunidad para ello, ya que no es indiferente la composición del Consejo.
La erosión de nuestra democracia es real y no podemos abandonarla a su suerte, porque por muchas fallas que pueda tener la política, peor es que no haya.
Por Jaime Bellolio, director ObservatorioTerritorial IPP UNAB