Columna de Jaime Bellolio: Siembra vientos
Por Jaime Bellolio, ingeniero Comercial
Entre las razones que explican el actual panorama político se encuentra la larga lista de inconsistencias de quienes hasta hace poco eran oposición y hoy son gobierno. Estas contradicciones son producto de haber avalado -¡y hasta impulsado!- acciones que profundizaron la degradación de la institucionalidad, junto con la justificación de la violencia; del irrespeto por las reglas, y de elevar sin contemplaciones las expectativas económicas y sociales.
El 18-O nos enfrentó al desfonde de las principales instituciones de nuestra sociedad, de aquellas que conformaban la base de la convivencia pacífica, que daban orden a la vida en común y sentido a la República. La vida sin reglas es anomia, la vida sin sentido es nihilismo.
¿Qué ocurre entonces? Que pasamos desde una política que veía a las personas como ciudadanos hacia una fase en donde priman las identidades. Una transición que se vuelve turbulenta cuando esas identidades no se ven reflejadas en las reglas vigentes, generándose una política de múltiples grupos que luchan por reconocimiento y reparación.
Esto representa enormes desafíos. El primero es que la política no aspiraría a la coherencia: cada realidad es un fragmento, por lo que es perfectamente compatible para algunos legitimar acciones violentas en contra del “neoliberalismo” y luego pasar a la tienda de retail a comprar en cuotas con total naturalidad. O hablar de seguridad social al mismo tiempo que se propone dilapidar las pensiones mediante retiros. La política, entonces, se transforma en causa y, por consiguiente, en una refriega identitaria.
El segundo desafío es hacer compatibles esas identidades. ¿Cómo responder a las múltiples y fragmentadas identidades, repartidas a lo largo y ancho del país, sin que emerjan miles de archipiélagos imposibles de unir bajo una misma República?
El mejor ejemplo de ambas cuestiones lo representa hoy la Convención Constitucional. Las identidades radicalizadas ya no solo buscan reconocimiento -algo que es perfectamente legítimo-, sino que quieren imponerse por sobre las demás: se hablan a sí mismos y se ciegan ante la realidad, culpando a un antagonista imaginario.
El gobierno ha comenzado con turbulencias, producto de la impericia y errores propios. Pero el mayor riesgo es la tormenta que podría estar por venir, representada por la radicalización de identidades, que no aspiran a un interés general y parecen querer limitar, censurar y dirigir los proyectos de vida de las personas y la libertad de sus asociaciones, dejando sin respuesta la interrogante fundamental: cómo construir una vida en común.
Si dejamos de convivir y nos obligamos a estar divididos, el futuro de la República y de todo lo que hemos construido juntos se volverá incierto. Ya no serán turbulencias ni tampoco ventarrones, sino una verdadera tempestad. Y como dice el refrán, esta no será más que la cosecha de los vientos que se han sembrado en estos últimos años.
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