Columna de Jaime Mañalich: Dos países, ¿dos destinos?
La estadística médica es una herramienta formidable para enfrentar los desafíos de salud de la población, entender el curso de las enfermedades, el sufrimiento de comunidades, la valorización del capital humano, predecir epidemias o mejorar los determinantes sociales que condicionan la muerte prematura.
Como es sabido, Chile cuenta con un sistema de información sanitaria poderoso, y gracias a los esfuerzos de agencias internacionales, como la OMS, países más pobres también. Así, gráficos y tablas muestran cómo una nación se engrandece o empobrece.
El país con peores índices sanitarios de Latinoamérica es Haití. Nuestro país se encuentra entre los mejores, el mejor de hecho en varios indicadores como expectativa de vida o gasto en salud. El palmarés lo ocupan Chile, Colombia y Costa Rica. Hay una nación, sin embargo, que empeora sistemáticamente, la República Bolivariana de Venezuela.
Veamos: el gasto en salud pública respecto al Producto Interno es 5,5% en Chile y 1,7% en la patria de Bello. Respectivamente, la mortalidad infantil es 5,7 y 21 por 1.000 nacidos vivos. La mortalidad materna 15 vs. 259 por cada 100.000 nacidos vivos. El índice de Desarrollo Humano 0,86, sobre un tope de 1.0, y 0.69. Las muertes prematuras evitables 139 vs. 338/100.000 y las muertes por violencia y accidentes, 5,9% vs. 19,4%.
En los últimos 20 años, la esperanza de vida en Chile aumentó de 76 a 80 años; en Venezuela se mantuvo en 72. La mortalidad infantil nacional disminuyó en 3 puntos, en el otro aumentó 3 puntos. El gasto público chileno en salud aumentó desde US$241 por persona al año a US$1.234 (US$1.000 adicionales por persona), mientras en Venezuela cayó de 396 a US$177. El gasto privado en cambió, subió de US$432 a US$1.190 acá y bajó de US$466 a US$207 allá.
Los datos mundiales muestran que, en promedio, mientras más riqueza genera un país, lo que se gasta en salud es porcentualmente mayor respecto a su ingreso. Ello se explica porque el acceso a la salud es un derecho humano, hay convicción de que nadie debe quedar atrás, y hay certeza que ese gasto es inversión. La historia enseña que el progreso es imprescindible; pero no está asegurado, y malas políticas pueden remitir incluso a las naciones de mayor riqueza al abismo, a la miseria y a la fuga de sus capacidades.
Lo descrito no son frías estadísticas. Son un relato de miseria, vejaciones, muerte y ruina. Vidas y capacidades que se perdieron para siempre. Solo entre profesionales de la salud hay 10.000 venezolanos practicando en nuestro país. Los hemos bienvenido y son un aporte fundamental. Han echado raíces en esta tierra, construido familias y difícilmente volverán para contribuir a reconstruir un país que pareciera haber sido afectado por las peores calamidades de la historia, según las mentadas estadísticas ilustran.
La lección es clara: el progreso de las naciones descansa en su gente; pero por sobre todo, en sus dirigencias. Las consecuencias de no votar, elegir mal, o disfrazar la voluntad popular están a la vista.
Por Jaime Mañalich, médico
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