Columna de Jaime Mañalich: ¡Quédate con nosotros!

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¡Quédate con nosotros!

El suicidio se previene, no se juzga ni discrimina. El que pierde la vida de esta manera es, primero, alguien que nos importa, y una víctima.



Metro, 7:30 de la mañana. En el túnel, el tren se detiene y llega la oscuridad. Una voz femenina informa: se ha suspendido la corriente eléctrica por persona que “descendió” a las vías. Murmullos de protestas, hasta que una voz grita (lenguaje editado por respeto): “Desgraciados, por qué si alguien se quiere suicidar no se tira de un edificio o se pega un tiro, y así no nos jode a todos”.

No se supo cuál era la intención del protagonista del corte de energía, nunca se debe decir. Pero la pregunta vale. ¿Es la muerte por suicidio un problema solo de la persona que lo intenta? ¿El daño social que produce es solo un retraso de trayecto? En Chile, país con una de las más altas tasas de autoagresión en América Latina, mueren cada año 2.000 personas por esta causa. Un suicidio cada cuatro horas. Siete de cada diez son hombres, y es la segunda causa de muerte entre jóvenes. Este año ya suman 345. Cifras subreportadas, de seguro. Sin considerar los intentos que afortunadamente fracasan, y que son veinte veces mayor al número de suicidios efectivos. Es probable que el fantasma de un ser querido que lo ha intentado esté relativamente cerca de toda familia. El impacto para la sociedad de esta verdadera epidemia es enorme. Los cercanos no dejan de culparse por creer que no hicieron lo suficiente o no dieron importancia a intentos previos de autoagresión, cambios bruscos de ánimo, a la ideación suicida, o episodios de intoxicación por alcohol y a la segregación sistemática en la escuela por imagen corporal o búsqueda de identidad de género.

Las condiciones que facilitan esta tragedia son varias: pobreza, desempleo, soledad, bajo nivel educacional, violencia y consumo de drogas. Importante: cerca de la mitad de los casos se relaciona con un trastorno de salud mental, en medio de una falencia significativa para la atención de estas enfermedades. La tasa de suicidios aumenta exponencialmente con la edad. Desde 10,5 por 100.000 habitantes promedio, a 40 por 100.000 después de los 80 años.

Los protocolos de prevención de suicidio están validados, y es una responsabilidad de todos conocerlos y ponerlos en práctica. Por un pudor mal entendido, estos temas no se hablan seriamente en las comunidades, los recintos de enseñanza y las familias. Incluso los medios de comunicación no siguen las directrices fundadas en ciencia para no incentivar la imitación suicida. Por ejemplo, no al sensacionalismo, no al foco en famosos que se autoeliminan. Sí a los factores de riesgo, sí a los medios de ayuda, sí a las señales de alerta.

Un fenómeno nuevo es el Síndrome de Werther (de acuerdo con Goethe). Los jóvenes pueden encontrar sitios web, foros y grupos en redes sociales donde se discuten métodos, se comparten experiencias personales de intentos de suicidio y se crea un ambiente que normaliza el acto de quitarse la vida.

El suicidio se previene, no se juzga ni discrimina. El que pierde la vida de esta manera es, primero, alguien que nos importa, y una víctima.

Por Jaime Mañalich, médico

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