Columna de Jaime Mañalich: Viejos, pobres y enfermos



Todas las naciones tienen una política demográfica, que puede ser más o menos explícita. China, preocupada por el envejecimiento de su población y por el avance de India, promueve ahora tener más de un hijo por pareja. Los países de Europa Occidental dedican ingentes recursos a promover la natalidad, ante el avance de la inmigración. De hecho, esta crisis en el antiguo continente es la explicación más plausible de los grandes cambios políticos que allá se observan. Rusia, en 1920, fue el primer país en legalizar el aborto, ante la incapacidad de alimentar a la población. En el preámbulo de la II Guerra Mundial, Stalin lo prohibió, porque necesitaba soldados.

Chile tiene una política clara de disminución de la natalidad, y salvo algunos gestos como el bono por hijo, la asignación familiar, o la prolongación del postnatal, el resultado es evidente. Alcanzaremos un peak de 20 millones de habitantes el 2045, para llegar a fines de siglo a 15,5 millones, de los cuales 5,6 millones tendrán más de 65 años, con lo que la principal causa del crecimiento económico de los últimos años, el bono demográfico, se habría esfumado hace décadas. Con una tasa de fertilidad de 1,4 niños por mujer hoy, tendremos para el fin de siglo 1,2, ambas por debajo de la tasa de sustitución. A su vez, la expectativa de vida al nacer será de 85,5 y de 82 años para mujeres y hombres respectivamente el año 2050. A mayor abundancia, los años de vida saludables perdidos solo crecen debido a la prevalencia de enfermedades crónicas no transmisibles, donde los factores de Índice de Masa Corporal elevado (obesidad) y azúcar alta en ayunas (riesgo de Diabetes) son destacados por la Universidad de Washington como los factores de riesgo más importantes para las condiciones de salud de nuestros compatriotas.

Arriesgamos ser un país viejo, enfermo y pobre antes de lograr el desarrollo.

Estas predicciones pueden variar, por supuesto, si aparecen nuevas pandemias, o conflictos fronterizos alentados precisamente por la brecha demográfica o la ingenuidad geopolítica; o si se acentúan aún más las medidas para desincentivar la natalidad, incluyendo la posible normalización del aborto como método anticonceptivo. Por el contrario, al igual que muchas naciones, Chile podría tener una corrección debido a población inmigrante, idealmente calificada.

Chile requiere una política demográfica explícita, definida como una estrategia para conseguir una determinada pauta de cambio poblacional. No hacerlo es, en la práctica, una opción de política, que comporta el riesgo de hacer desaparecer nuestra identidad y cultura. Cualquier diálogo serio en esta materia debe contemplar la opinión ciudadana, consideraciones morales, y los mecanismos para garantizar los intereses y el bienestar de las generaciones futuras.

La piedra angular de un esfuerzo por aumentar la natalidad es, por cierto, la promoción de la inserción laboral de la mujer en condiciones de protección a ella y el menor en términos de ingreso, salud, educación y bienestar. La tarea es titánica; pero no asumirla es una decisión, probablemente errónea.

Por Jaime Mañalich, médico

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