Columna de Javier Sajuria: Las herramientas de una dictadura, pero en democracia.

FILE PHOTO: U.S. President Trump speaks to reporters aboard Air Force One on his way to Miami
REUTERS/Leah Millis/File Photo


Una de los principales debates en la discusión política internacional suele ser la distinción entre una democracia y una dictadura. Mucho se debate sobre la calidad de sus elecciones o la protección de derechos básicos como la libertad de expresión. Sin necesidad de entrar a calificar un país, podemos usar las herramientas de quienes estudian las dictaduras para comprender las acciones de líderes de democracias. Y eso es precisamente lo que tenemos que hacer con el gobierno de Trump.

Primero, lo obvio. No estoy calificando a EE.UU. como una dictadura, pero dudo que sea controversial decir que Trump se comporta como si quisiera construir una. Los autoritarismos, según plantea el académico Milán Svolik, tienen dos problemas principales. El primero es el control de las masas para evitar los alzamientos populares. En ese aspecto, Trump libra una batalla cultural apoyado por las grandes empresas tecnológicas, promoviendo un retorno a valores racistas, misóginos y antidemocráticos. Todo eso sazonado con una lógica ultra proteccionista, oligárquica y nacionalista.

El segundo problema que enfrentan las dictaduras en la necesidad de concentrar el poder. Mientras en las democracias existen una serie de instituciones que comparten poder, los líderes autoritarios buscan concentrarlo. Para ello, se deshacen de aquellos árbitros independientes que pueden poner en riesgo ese control, como el Poder Judicial o los órganos de control legal. De la misma forma en que ha ocurrido en otros países de la región, como Venezuela o El Salvador, Trump ha buscado cooptar a la Corte Suprema (que ya lo logró) o a los inspectores generales, quienes investigan la legalidad de los actos de gobierno.

Por último, todo esto ocurre en medio de una crisis de la democracia. Pero no solo en términos de sus instituciones, sino también de sus consensos. Uno de los principales desafíos que tenemos quienes decimos defenderla es que su legitimidad está en duda. Para muchos, ya no hay un consenso de qué implica vivir en una democracia ni si ese sistema es capaz de hacerse cargo de los principales desafíos de los últimos años. Hay dos de esos desafíos que son claves en el discurso de Trump: las oleadas migratorias (muchas de ellas producidas por crisis democráticas en otros países) o el cambio climático.

En medio de esta oleada autoritaria, que ahora domina a los líderes de las principales potencias mundiales, vale la pena recordar que la democracia no es sólo un sistema de gobierno, sino que un sistema de valores. Uno que defiende la posibilidad de generar proyectos individuales y colectivos en paz y sin miedo. Y es ese concepto, no sólo la celebración de elecciones, el que vale la pena defender como un fin y no sólo como un medio.

Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política, Queen Mary University

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