
No es sólo tarifas, es poder

Las dictaduras (o las que buscan convertirse en una) enfrentan dos dilemas: concentrar el poder en manos del dictador, y evitar los alzamientos populares que amenacen al régimen. En el caso norteamericano, Trump se ha comportado como alguien que busca, rápidamente, convertirse en un gobernante tiránico. Por lo mismo, tenemos que dejar de analizar sus decisiones como quién busca obtener ganancias estratégicas en un entorno democrático, y pasar a asumir que su juego es el de un dictador.
Sobre el control del poder, Trump partió con la eliminación de todos los inspectores generales, que son quienes revisan la legalidad de los actos del Estado. Pero ha continuado con la persecución mediática de miembros del Congreso, ignorando las decenas de decisiones judiciales que limitan sus actos, extorsionando y llevando a la rendición a instituciones privadas clave como los medios, universidades o estudios de abogados. Las grandes empresas tecnológicas ya se habían rendido ante sus mandatos, y las tarifas pondrán presión ante las otras.
Las tarifas, entonces, no pueden analizarse sólo desde su dimensión económica: para cualquier analista del tema, no hacen sentido alguno. Estas tarifas generarán impactos terribles en la población norteamericana, empobreciéndola y limitando su acceso a bienes. A las empresas norteamericanas que exportan sus bienes, le impone barreras de entrada que las ponen en riesgo. Asimismo, como hemos visto durante el inicio de esta semana, estas medidas van a generar empobrecimiento y recesión en todo el mundo, no sólo en aquellos países que tienen balanzas comerciales negativas con los EE.UU. En términos económicos, esto es lo más cercano a un disparo en el pie, que deja al Brexit como una anécdota de un país que busca su autodestrucción. Pero el propósito de Trump y su entorno es la captura de poder a toda costa.
Por eso es que la caída de las bolsas no son una mala noticia para Trump. Su principal preocupación no es el bienestar material de sus ciudadanos, pocos líderes autoritarios tienen eso en mente. Su objetivo es poner de rodillas al sector privado para que bailen a su ritmo, al mismo tiempo que presionar a los pocos órganos independientes que quedan, como el Tesoro norteamericano, a que se rindan ante sus mandatos. Mientras todas las bolsas mundiales anotaban caídas récord, Trump le exigía por redes sociales al Tesoro a que bajara las tasas de interés. Es decir, crea una crisis y le exige a otros que se hagan cargo de las consecuencias.
La segunda preocupación de las dictaduras es aplacar la movilización popular. Eso se puede hacer con el uso de la fuerza (como ya lo ha hecho) o con la desarticulación de la sociedad civil. El ataque directo a las universidades y el foco en las políticas de diversidad son parte de esa receta. Por lo mismo, queda aprender que la resistencia democrática es mucho más que protestas en la calle o en redes sociales. Requiere coordinación entre actores políticos y sociales, capacidad de generar alianzas internacionales y, sobre todo, mucha buena fe entre quienes no han tenido la experiencia de trabajar juntos. Todas estas recetas las ha ido aplicando EE.UU. en el pasado en otros países a través de la promoción de la democracia, y eso mismo es lo que Trump intenta erradicar en su propio país.
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia Política en Queen Mary University of London y director de Espacio Público.
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