Columna de Javier Sajuria: Reforma al sistema político: de lo malo, poco; de lo bueno, nada
Más que en la dirección correcta, esta reforma va en la dirección conveniente para quienes buscan mantener un sistema poco representativo y para quienes buscan dar la impresión de que se están haciendo cargo del tema, pero sin hacerlo.
La última arremetida de un grupo de senadores, con aparente apoyo del gobierno, por reformar el sistema político carece de un diagnóstico certero y, a pesar de cómo proponen algunos, no va en la dirección correcta. Esto se debe a una combinación de malos incentivos políticos y una persistente reticencia a escuchar la evidencia. Bajo el slogan de que tenemos que hacer algo a toda costa, puede que terminemos con un proyecto insuficiente, obscuro y con baja legitimidad.
El principal problema de esta propuesta, y de las anteriores que se han tratado de promover este año, es que parten desde la premisa de que los actores políticos necesitan hacer algo urgente. Gobierno y oposición necesitan mostrar que algo hicieron en este tema antes de las elecciones y es tanta esa urgencia, que están disponibles a sacar lo que sea, mientras tengan los votos para ello. No importa mucho si es lo correcto o lo necesario; “lo perfecto es enemigo de lo bueno” es lo que promueven. Yo más bien creo que lo “apurado es enemigo de lo deseable”.
En términos concretos, el proyecto busca hacerse cargo de la mentada fragmentación política, eliminando por secretaría a un número de partidos más chicos, pero sin revisar las razones de por qué el sistema está fragmentado. Esto es lo más parecido a combatir una infección grave con paracetamol, pretendiendo que el problema es la fiebre y no la infección que la provoca.
La propuesta incluye un umbral del 5% para poder integrar la Cámara de Diputados, lo que afectaría a un número importante de partidos actuales, muchos de ellos que se generaron a partir de quiebres después de las elecciones. En países donde existen los umbrales, los votos de esos partidos suelen perderse, mientras que la propuesta chilena los mantiene dentro del pacto, favoreciendo directamente a partidos que no fueron elegidos por los votantes. El sistema electoral chileno es innecesariamente poco transparente en la asignación de escaños, esta propuesta lo hace aún más obscuro. Si a eso le sumamos el riesgo que tiene de reducir representación regional, es difícil defender que vaya por la dirección correcta.
Otra reforma importante es la pérdida del escaño de quienes renuncian a la militancia durante sus períodos legislativos. Sin medidas que permitan mejorar la disciplina interna de los partidos y fomenten su coherencia y democracia, esto corre el riesgo de ser letra muerta. Ya tenemos suficientes casos de parlamentarios que actúan de forma independiente a sus partidos, esta norma simplemente los va a obligar a quedarse adentro, pero sin mayores restricciones. Tampoco ayuda a los gobiernos a negociar reformas, ya que deberán seguir pirquineando votos uno a uno. De nuevo, es difícil comprender cómo esto va en la dirección correcta.
Varios académicos, de distintas tendencias políticas, hemos identificado que el sistema es excesivamente personalista y que fomenta partidos débiles. Este diagnóstico parece no gustar entre los partidos políticos y sus centros de pensamiento afines. Y dado que esta reforma es lo más parecido a una autorregulación, se nos ha hecho difícil defender la idea de que la evidencia importa más que la conveniencia. Más que en la dirección correcta, esta reforma va en la dirección conveniente para quienes buscan mantener un sistema poco representativo y para quienes buscan dar la impresión de que se están haciendo cargo del tema, pero sin hacerlo.
Por Javier Sajuria, profesor de ciencia política, Queen Mary University.
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