Columna de Javier Sajuria: Representación masculina
Uno de los temas más recurrentes en las discusiones sobre cambios al sistema político es el de la paridad de género. Desde las discusiones sobre la cuota de género de hace más de una década, colectivos feministas y colegas académicas han sido activas en mostrar el daño que implica, para la democracia, dejar fuera de las instituciones políticas a más de la mitad de la población. Si bien uno podría considerar que los avances han sido mucho más lentos de lo deseable, las recientes encuestas de opinión muestran que la postura pro-paridad de género genera amplios consensos ciudadanos. También debemos mirar lo que ocurre en el otro lado de esta paridad, en la escasa -o más bien, poco diversa- representación que tenemos los hombres en diversos espacios públicos.
Los hombres constituimos la mayoría de las personas en espacios de poder y relevancia pública. Con excepción de algunos rubros, ocupamos lugares privilegiados en la política, los negocios, la cultura e, incluso, la academia. Eso tiene que ver más con patrones estructurales -el llamado patriarcado- que con el mérito. Para los hombres, en general, se nos hace más fácil llegar a esas posiciones y ejercerlas como si fueran producto de nuestro propio esfuerzo. Aunque no sea cierto.
Sin embargo, crecientemente hay una sensación de que ese acceso al poder no es igualitario incluso entre los hombres. Es más, a diferencia de las mujeres, donde cada vez más se celebra la diversidad de intereses y caminos, los hombres parecemos tener un espectro mucho más limitado de lo que significa ser exitoso y el modelo de masculinidad que debemos seguir. Desde conceptos como los “macho alfa” o la masculinidad tóxica, subyace la idea de que hay sólo una forma correcta o aceptable de ser hombre en la vida pública. En especial en entornos más conservadores, como puede ser la política o los negocios.
La académica británica Rainbow Murray, sostiene en un reciente artículo que, en política, ha habido muy poco interés en comprender la diversidad en la representación de los hombres. Es decir, si los hombres que están en política se parecen a los hombres que dicen representar, si tienen coincidencias ideológicas, o si se preocupan de las diversas causas que promueven los hombres en distintos espacios de su vida. Y lo cierto es que no. Hay una excesiva atención a un modelo de masculinidad que privilegia a hombres heterosexuales, de espacios privilegiados y con una noción determinada de lo que implica su género. Aquellos hombres que tienen posiciones o status menos privilegiados -es decir, la gran mayoría- quedarían sin representación adecuada, a pesar de tener un número mucho más grande de representantes de su mismo género.
Las repercusiones de estas conclusiones son mucho más amplias que la composición de un Congreso. Por un lado, implica que una gran mayoría de los hombres no tenemos representación adecuada porque quienes acceden al poder no comprenden lo que es la diversidad en la masculinidad. Por otro lado, estamos apoyando un modelo de lo que implica ser un hombre exitoso que es excesivamente limitado y, en muchos casos, tóxico. Corresponde, entonces, preguntarse de forma más completa qué implica representar los intereses de los hombres, y no sólo su número.
Por Javier Sajuria, profesor de ciencia política, Queen Mary University.