Columna de Joaquín Trujillo: Aristocracias



“Aristocracia”: palabra desprestigiada o que no se sabe qué significa.

Si seguimos a Nietzsche, la rebelión contra ella es antigua. El destino de Occidente habría quedado fijado en el siglo IV a.C. Y después, el avance de las debilidades morales plebeyas.

Pero no seamos catastrofistas, menos en la hora nona.

Si nos concentramos en el caso chileno, hubo un hito fundamental tan importante como la Independencia (el planteamiento es de A. Jocelyn-Holt). El cataclismo de la Reforma Agraria -de la que nuestras actuales tomas son miniréplicas- es cierto, aportó significativamente en la modernización del agro, pero arrasó las formas de vida de la clase terrateniente. El campo chileno fue la infra y la superestructura de la nación chilena.

La pregunta si esa operación fue exitosa está más vigente que nunca. Pues, uno de los aspectos distintivos de esas elites que por deferencia griega llamamos aristocracia, es que es el grupo dispuesto a defender lo indefendible, con tal de hacer sobrevivir el mundo en que domina. Un país, por ejemplo, tiene en la aristocracia buena parte de su aparato inmunológico. Precisamente porque prefiere ser cabeza de ratón en su tierra a cola de león en una ajena, vale mucho y también resulta primordial que esté bien orientada. A partir especialmente del s. XVIII, fueron estas elites las que, en una división interna que no siempre ventilan al público, lograron en no pocas ocasiones hacer prevalecer la voluntad popular, a la vez que con sus disquisiciones la hicieron compatible con otros principios republicanos sin los cuales el Estado de Derecho no es más que una fachada.

Los personajes del libro de Vasco Pratolini, “Crónica de pobres amantes”, que transcurre en un barrio del proletariado italiano, mencionan con respeto a “La Signora”, una dama aristocrática que continúa viviendo en aquella población y cuya presencia ejerce un cierto control simbólico. Sin ir tan lejos, en la película de Raúl Ruiz “Palomita blanca”, la protagonista se pregunta una y otra vez “¿qué dirá la familia Echeñique?”, que parece que vivía aún cerca de su casa.

Su “decadencia”, el gran argumento del fascismo mesocrático contra la aristocracia es propio de cortas miras. Porque las más largas saben que en todos los clanes y linajes, pero también instituciones inveteradas, habrá dos o tres generaciones de incapaces relativos, pero la tercera o cuarta saldrá a flote. En el intertanto, sin embargo, la ansiedad de los cortos plazos, de los resultados inmediatos, pudo haber hecho volar un jardín de cerezos, como en el famoso drama de Chejov.

Porque es de la aristocracia combinar un instinto brutal defensivo y hasta agresivo, por un lado, con una sofisticación que pareciera tornarla completamente vulnerable y hasta asidua al autoboicot, por el otro.

En el presente momento de Chile veremos si la nueva elite surgida de la revolución, la contrarrevolución y la restauración chilenas de los años 1964 a 2019 dará el ancho. Las anteriores, con todas sus falencias y momentos altamente críticos, participaron de un país que existía y lo dejaron, existente.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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