Columna de Joaquín Trujillo: Episodios extrafamiliares
Un padre o una madre sorprende a uno de sus hijos pegándole al otro. La reacción inmediata es impedirlo, incluso aplicando la fuerza necesaria para que el maltrato cese. En ese momento, lo que importa será frenar la agresión.
Imaginemos ahora un padre o madre que sorprende al segundo hijo, el que ayer era agredido, haciendo lo propio con el primero. El progenitor hará igual: frenará la violencia incluso administrando la dosis necesaria de la suya a fin de detener el maltrato.
El mismo padre y la misma madre descubren a sus hijos dándose golpes o a uno de ellos pegándole al otro. En este extrañísimo capítulo, en lugar de hacer pesar su autoridad para que amaine la violencia, comienzan a debatir cuál de los dos niños será el peor, el que tiene la culpa de estas peleas. El padre defiende a uno, la madre al otro, y así, sin devolver algo de paz a su hogar, intensifican el ambiente desafiante. Padre y madre se acaloran, se hacen recriminaciones mutuas sobre temas no resueltos. Mientras tanto, los hijos no se dan tregua. Ellos ven en el debate de sus padres un permiso para proseguir el brutal enfrentamiento. La violencia física de esa casa se mezcla perfectamente con el intercambio verbal acerca de las causas y consecuencias de la violencia intrafamiliar. El tú empezaste, tú fuiste primero, nunca se detiene. Los orígenes de los golpes se remontan muy atrás. Tal vez hasta Caín y Abel o Adán y Eva. El debate no tiene una real intención de frenar el desorden y la destrucción de esa casa.
Pues bien, he ahí el escenario chileno de los últimos años. Violencia física acompañada de una supuesta discusión sobre esa violencia. Un falso debate que azuza los maltratos. En vez de desinflamar las recriminaciones, como lo haría un padre o madre prudente, posponiéndolas para después de haber controlado a sus hijos, se las incorpora a la escaramuza.
Solo padres de naturaleza perversa podrían actuar de esa manera.
Obvio, se parece a lo que ciertos líderes chilenos han venido haciendo. Es cierto, con el paso del tiempo muchos de ellos han recapacitado, entendiendo que las interpelaciones sobre la justicia en medio del caos y la violencia solo consiguen injusticia y caos violento.
En la versión final de esta parábola, los padres se sirven un aperitivo y se sientan a conversar sobre sus hijos que no dejan de agredirse. Como no soportan tenerlos encima, vigilan sus golpizas a través de un circuito cerrado de cámaras que han instalado dentro de la casa, supuestamente para protegerse de delincuentes. Primorosamente, los padres se están reconciliando, han decidido que la violencia debe quedar relegada a otras habitaciones.
Y, en la última escena, cuando irrumpen en su casa desconocidos asaltantes armados, quedan perplejos e impotentes, y se entregan a ellos como si con eso saldaran una culpa de índole supersticiosa.
Lo admito, una sociedad no es lo mismo que una familia, pero se me concederá que el odio a veces las afea, transformándolas en gemelas.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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