Columna de Joaquín Trujillo: Lecturas veraniegas

Clase Abierta - lectura crítica
Lecturas veraniegas.

Esos libros que han cambiado, en el mejor sentido de la palabra, la vida de sus lectores.



Las vacaciones de verano son buenos momentos para leer las novedades del año, que el siguiente se llevará, pero también esos libros que han cambiado, en el mejor sentido de la palabra, la vida de sus lectores en cualquier estación pasada.

Eso me ocurrió en distintas etapas de la mía con “El tambor de hojalata”, de Günther Grass (publicado en 1959), “Rojo y negro”, de Stendhal (en 1830) y “La cripta de los capuchinos”, de Joseph Roth (1938).

El de Grass, lo leí a finales de la década del 90, cuando su autor obtuvo el Nobel de Literatura. Estaba en mi casa, en una edición de papel roneo, sin cubiertas ni lomo. La letra era tan minúscula que habría preferido las de los ingredientes de un paquete de galletas. Su protagonista es Oskar Matzerath, una víctima del enanismo, con algo de prodigio y anomalía circense que a gritos sobraagudos destrozaba las cristalerías y que andará de allá para acá redoblando un tambor. El mundo de los adultos (estaturas medias) en el que se mezcla, la enorme cantidad de referencias simbólicas, el retrato de las épocas de Alemania, hacen de este libro una parábola magistral.

El segundo fue la lectura principal de un verano en el primer lustro de la década del 2000. Esta novela es capaz de engendrar una simpatía fanática por un personaje que, en sus versiones de carne y hueso, hallaríamos desagradable. Julián Sorel, el joven de origen humilde y buena presencia, que se aprende la Biblia de memoria en latín, que se introduce en la alta sociedad provinciana, se hace amante de sus tan aburridas como adúlteras damas, oculta su amor a Napoleón, cuando este ya ha caído en desgracia, pero que sin embargo, en su arribismo desaforado, estará dispuesto a batirse a duelo en defensa de la Inquisición.

En cuanto al tercero, creo que lo leí en el segundo lustro de esa década o principios de la siguiente. Trotta, su protagonista, es un entrañable y decadente joven bailarín de vals de la decadente Viena del también decadente Imperio Austro-Húngaro, pariente de nobles que lograron su título de chiripa (el antepasado salvó por casualidad al emperador de una bala), y que circula en esa atmósfera de caballeros sin méritos dispuestos a defender un orden social que a esas alturas ya se parece a una cripta, esa en la que descansan los restos de los Habsburgo.

Curiosamente, me acordé de estas tres novelas de lectura veraniega porque sus principales nos ilustran tres situaciones. La de “Rojo y negro”, el mundo de los talentosos, trepadores y oportunistas que todavía no han tenido su momento. “La cripta”, el de los tontos honrados, privilegiados por un orden en extinción, que demasiado tarde descubren cuál había sido su fortuna. Y “El tambor”, la jibarización de las personas cuya sociedad se descompone tanto que cae no en manos, sino a los pies de un cuarto personaje, uno que en otros contextos sería perfectamente irrelevante. Un joven, una especie de “flâneur” irreflexivo que iba por las calles de Viena mientras admiraba con odio las fachadas de los edificios imperiales en los que no tenía pretexto para ingresar: Adolfo Hitler.

Por Joaquín Trujillo, investigador CEP

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