Columna de Joaquín Trujillo: Lex artis
Pocos libretos mejor que el de la ópera Tosca, que acaba de reponer el Municipal, un melodrama que con ahorro de palabras es una reflexión ética sobre las artes y la política.
En los tiempos en que Napoleón recorría Europa en fervor de libertador o Anticristo, según este o aquel bando, iba dejando a su paso nuevas repúblicas, como ocurrió en Roma. Supuestamente derrotado por el general Michael von Melas en 1800, los enemigos de la república se lanzaron a la persecución de los agentes bonapartistas, entre ellos, Angelotti, cónsul de la República Romana. Y es el intento por esconderlo de las garras de la policía política liderada por el beatucho-sexópata Scarpia el factor desencadenante. Como Cavaradossi, el amigo pintor del cónsul, mientras pinta una María Magdalena en una iglesia, le ofrece escondite, pero sin confidenciárselo a su novia, la cantante Floria Tosca, ella nota algo raro y desconfía. Scarpia, que la pretende, huele sus celos y se aprovecha de ellos para seguir la pista. Interroga al pintor en su cuartel y manda torturarlo ante Tosca para que ella confiese el lugar del escondite que su novio Cavaradossi se niega a revelar. Tosca cede, pero Scarpia, encolerizado por la insolencia del pintor, igualmente manda fusilarlo. Entonces Tosca simula rendirse a Scarpia, y acuerdan que ella se le entregará para recibir a cambio la libertad suya y de Cavaradorssi, cuya ejecución reemplazará por una “simulada”.
Tras asegurarse que la orden fuera entregada a los esbirros, Tosca apuñala a Scarpia, penetra en la prisión en la que Cavaradossi aguarda, le explica el plan, y lo espera junto al cadalso: “¡muere, como un artista”, le grita. La descarga es real, el fusilamiento, verdadero. Ha sido la simulación de una simulación. El artista está muerto y Tosca, perseguida por los esbirros de Scarpia, se lanza al vacío.
Algo del gato de Schrödinger hay en esta ópera. La celópata curiosidad de Tosca abre la caja y mata al gato.
Y, ante todo, una perturbante moraleja, si acaso fuera válida esta palabra, sobre la astucia de los buenos. Porque, en rigor, el perverso Scarpia sigue mandando incluso muerto. Todo lo que ha dejado planificado ocurre.
Es, entre otras dos, el aria “Vissi d’arte” la que reconocen muchos oídos. Tosca se pregunta qué ha hecho para merecer esos suplicios, si ha vivido para el arte y el amor. Pues bien, si hubiera una respuesta a esa pregunta tal vez sea la siguiente: tu oficio de cantante, su necesidad de oír, te impidió ver, en este caso, el mensaje que daba la pintura, “la armonía escondida”: que el pintor podía fijarse en muchas modelos, pero Tosca bastaba. No había de qué desconfiar. Y, a su vez, que si cabe sospechar es de las simulaciones, especialmente las de la política, pues nunca se sabe para quién trabajan.
Porque Tosca es la tragedia del arte envuelto, a propósito de las mejores intenciones, en la pugna de los poderes que saben de reglas apenas. En lugar de continuar fieles a sus propias leyes, los artistas intentan ganarles a los malos. Y los malos tienen oficio.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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