Columna de Joaquín Trujillo: Ludopatías

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Puede llamarse ludópatas en política a aquellos que se creen con la autoridad para subir en la ruleta a toda una nación. Pues claro, mientras sea limpio su juego (piensan), pueden jugarlo a entera libertad. Lo que no saben los pornógrafos del juego supuestamente limpio es que aquel tiene sus fantasmas y demonios que lo empuercan. Dostoievski lo hizo ver en su novelita El jugador, que bien podría considerarse un apéndice de su novela Los endemoniados. También el escritor rumano Mircea Cãrtãrescu, en su relato El ruletista, un sobreviviente inverosímil de la ruleta rusa. En ambos casos, aunque mediante mecanismos diferentes, el juego se transforma en una entidad tan poderosa que “juega”, vale decir, manipula y corrompe a sus jugadores como también a sus expectadores.

Las grandes preguntas sobre las reglas del juego suelen esquivar el bulto. Cuando Lenin, paradigmáticamente, alegaba que en la sociedad capitalista las reglas de su juego requerían demasiados vigilantes, árbitros, sancionadores, en suma, energía represiva, y por lo tanto, ese despliegue excesivo era síntoma de reglas inválidas, que debían ser reemplazadas junto con la sociedad que las había establecido, parecía estar asumiendo el problema. ¿Lo estaba? No. La sociedad que fundó necesitó aún más vigilantes que cuidaran el cumplimiento de las reglas del nuevo juego.

El escritor Heinrich von Kleist en su relato de atmósfera medieval El duelo, cuenta la historia de dos caballeros que se retan a muerte por el honor de una dama. Su supuesto victimario versus el defensor de la supuesta víctima. La idea era que, si la dama decía la verdad, o sea, había sido realmente ultrajada, el agresor sería derrotado. Pero, durante el duelo (un juego de los peligrosos), este último, que en verdad sí era culpable, no sufre más que un rasguño, mientras que su contendor, una herida mortal. Con el paso del tiempo, la herida de muerte del uno cicatriza mientras que el rasguño del otro se transforma en una gangrena que lo corroe. La pregunta que subyace será, ¿en qué momento se termina el juego? ¿Cuándo pronuncia su veredicto final? ¿Conocemos todas las reglas del verdadero juego que estamos jugando? ¿O es que estamos haciendo el ridículo considerando nada más que algunas de ellas? Abogados dirán: importan solo las que estén promulgadas y publicadas en el Diario Oficial. ¡Qué ternura!

Parece que nuestro entendimiento avanzado consiste en percibir los juegos que están detrás de nuestros juegos. Es lo que han hecho teóricos de la economía o el derecho, por ejemplo. Una vez que logran precisar sus reglas, unos las practican, otros se esfuerzan en descubrir nuevas y los simplones en cambiarlas.

Algo hay en todo juego que no se basta a sí mismo. Los espíritus totalitarios creen poder dominarlos por entero cuando manejan las excepciones a sus reglas. Pero ni el control de esas eventualidades resulta suficiente.

Quién habla de ganar “los doce juegos”. Lo importante es eludirlos cuando no son jugados por nosotros mismos. Eso que la sabiduría popular llama: no caer en el juego.

Por Joaquín Trujillo, investigador Centro de Estudios Públicos

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