Columna de Joaquín Trujillo: Parentoculpa política
Por Joaquín Trujillo, investigador Centro de Estudios Públicos
Fue el matemático, inventor y teólogo Blaise Pascal el que se imaginó, cuando (cuenta la Biblia) hubo humanos longevos como Matusalén en la Antigüedad, a estos ancestros aleccionando y relatando historias a sus bisnietos y tataranietos. Otro francés, el historiador Jules Michelet, observó que los padres también se reeducan e inspiran gracias a la influencia de sus hijos.
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Los hijos y nietos escucharon de sus padres o abuelos la historia privada de esa rara tiranía. Cada viejo contaba una proeza y una derrota. Después, los hijos y nietos se preguntaron para qué servirían esas anécdotas. ¿Eran moralejas sobre qué no repetir? ¿Modelos a reintentar? No estaba claro. En las narraciones muchas veces se mezclaban ambas lecturas. Y poco a poco, aquellos hijos y nietos se dijeron si acaso esos recuerdos tuvieran una cosa en común: fueran los de sobrevivientes. Y se atrevieron a pensar que tal vez todo sobreviviente fuera un poco un cobarde, alguien que de alguna u otra manera negoció con adversarios, o consigo mismo, la prolongación de su vida o su buena vida. ¿Hasta qué punto nuestra existencia no era hija y nieta de eso, de traiciones a un joven sí mismo del pasado? Y, por lo tanto, ¿hasta dónde todas aquellas moralejas privadas no eran una autojustificación encubierta, una manera de contar la tragedia para que no se volviera a repetir, pero principalmente para que no se insistiera en reintentar? Porque el pensamiento trágico sabe que toda tragedia es la repercusión de un intento fallido, y que toda comedia lo es de un hábito, un intento mil veces repetido. ¿Por qué desistir de un final feliz?
Así que los viejos fueron identificados como los guardias privados de un muro invisible, uno evidente para ellos, aunque no tanto para su prole, unos a los cuales ni siquiera se les remuneraba ese esfuerzo. Esclavos de sus pesadillas, empapados en lagunas previsionales, niños otra vez ahora sin esperanzas (¡qué hijos y nietos más soberbios y despiadados! Dan ganas de corretearlos a varillazos para que aprendan a respetar a sus mayores, a no sonsacar pensamientos ruines, sacrílegos, escatológicos).
Y lo cierto es que ese fenómeno nada tiene de novedoso. Es la antiquísima dinámica de las generaciones. Toda genealogía va acompasada de saltos adelante, unos que funcionan, otros que no. La parte precavida, se guarece a tiempo, la temeraria, sale a correr bajo la lluvia. La primera se salva de un resfrío, pero se hace menos resistente. La segunda, cae en cama, pero sueña febril con mojarse otra vez. Es tan antiguo que no tiene cura.
Hemos recibido la noticia de que ahora sí que sí. Es que el padre ve volver al hijo pródigo, ¿o el hijo al padre dilapidador? Ya no se sabe. En todo caso, la conversación política entre ancestros y descendientes que imaginó Pascal es alumbradora: en ella las recriminaciones tienden a diluirse. Pues hay para cada cual demasiados ancestros a quienes culpar o absolver. Tantos, que no es llegar y tirar al blanco.
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