Columna de Joaquín Trujillo: Todo malo
Una inquietante frase del poeta terrorífico Charles Baudelaire afirma que el gran truco del Diablo es hacernos creer que no existe. Perturbadora, digo, no solamente por lo que directamente sostiene, esto es, que el Diablo hace de las suyas cuando los seres humanos se olvidan de su existencia, por hallarse menos prevenidos, sino especialmente porque sugiere algo perturbador: que si bien es cierto que su triunfo es que no crean en él, gana todavía más en el caso opuesto en que queda convertido en la creencia principal.
Para no escandalizar a nuestros lectores de esta época moderna que ha quedado libre de este tipo de entes de la imaginación de los antiguos pueblos bárbaros, quitemos la palabra “Diablo” y pongamos en su reemplazo “mal”. Y si incluso esa resulta escandalosa para nosotros, gente de tolerancia probada, deslicemos en su lugar “daño”, “inseguridad”, o cualquier otra que sea el resumen de eso que queremos evitar.
Pues bien, la pregunta que cabe hacerse a continuación, siempre atendiendo a la sentencia del poeta, será la siguiente: ¿qué tipos de hecho ocupan tu mente a diario? Pues si solamente los ojos observan el mal, o eso que prefiramos poner en su caso, tal vez sea porque, poco a poco, hemos aprendido a solo creer en él.
No intento (valga la aclaración) defender al gobierno, sosteniendo subrepticiamente que hace mil cosas buenas y que, en nuestra mezquindad desganada, prestamos atención exclusivamente a las malas. Digo, en vez de eso, y también en contra, que el propio corazón (que según Baudelaire es el primer lugar donde ir a buscar el mal) tendría que por regla estar siempre dividido. O sea, en la medida que descubre algo malo fuera de él, ir al encuentro de otro algo que pueda llamarse bueno. Un método que nos obligue a una dieta balanceada.
Una interpretación un tanto insólita de la filosofía de Platón sostiene lo siguiente: como, según su doctrina, lo bueno es lo mismo que lo bello y a la vez, lo verdadero, por ende, lo que o no es bueno o no es bello no podría ser verdadero. ¡Insólito! Si así fuera, o bien lo que estimamos feo y malo en realidad no existe o, por el contrario, exista precisamente porque es verdadero, de tal suerte que no nos quede otra opción que adaptarnos a una realidad tan mala como fea.
Yo no estoy tan loco como para creer que pueda resolver en el espacio de una columna y menos un libro ninguno de los misterios del bien y del mal. Solamente, por eso que se mal llama sanidad mental, me aconsejo, y aconsejo, reservar un espacio de sí mismo para que los asuntos bellos, buenos y verdaderos que alguna vez hemos experimentado, regresen y nos hagamos capaces de hacerlos florecer en pensamientos en voz baja y alta. Tal vez de esta ingenua y voluntariosa manera el príncipe de las tinieblas no nos ofrezca episodios cada día más grotescos, repulsivos, abyectos para que no se nos olviden nuestras creencias.
Por Joaquín Trujillo, investigador CEP
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